Extirpar ideas
He llegado a la infeliz conclusión de que resulta más fácil extirpar
un riñón o la próstata, por poner por caso, que extirpar algunas ideas.
Extirpar un órgano del cuerpo humano se está convirtiendo cada vez más,
fruto de los avances en medicina, en una simple tarea de cambio de
piezas y repuestos, similar a las que siempre en el peor momento tienes
que hacerle a tu coche. Llegas al quirófano, te abren, cortan, suturan y
listo. Una operación fácil y rápida que acaba con tu problema y a veces
hasta con tu vida. Algunos, incluso, llegan a hacerse este tipo de
operaciones de forma consciente y premeditada con objeto de venderle el
riñón en cuestión a algún ricachón del primer mundo cansado de tanta
diálisis que no le acaba de limpiar del todo su mala sangre.
Sin embargo, cuando se trata de extirpar alguna de esas ideas que nos
duelen, nos hacen daño, nos provocan malestar y sentimientos negativos,
la cosa cambia, porque entonces ni encuentras un cirujano que haga la
operación por ti, ni encuentras suficiente anestesia que consiga paliar
el dolor del proceso pre y post operatorio. Quizás, porque precisamente
este tipo de operaciones de extirpación, al contrario que la otras,
requiere retirar la anestesia previamente en vez de aplicarla.
Uno se aferra a sus órganos con normal cariño, pero a sus ideas, aunque
sean dañinas o humillantes, negativas, perjudiciales o simplemente
bastardas, uno se aferra como si la vida le fuera en ello. Prefieren
algunos desprenderse de su corazón antes que de ese muñón neuronal
instalado en el cerebro y que alimenta su envidia, su ira, su
autodestrucción o la del vecino, el padre o la pareja. Dirán algunos que
con lo que cuesta sentar la cabeza, como para que luego tengas que
sanearla a base de aplicar el bisturí de la conciencia y la inteligencia
a sus secreciones mentales. Pero, realmente, cuánto avanzaría la
humanidad si tales extirpaciones se hiciesen de manera generalizada y
con cargo a la Seguridad Social.
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