¡Tengo hambre!, harta hambre de esas cosas sencillas que nos hacen falta…de esos manjares que no tienen caducidad porque los regresa el pensamiento y el corazón con el conservador de la nostalgia… quiero, los siete días de cada semana, un abrazo apetecible en el que nos confiemos el alma, el beso intenso que nos erice de amor el tiempo presente y futuro… esa mirada enigmática que hable la verdad de frente mientras seduce su arte de hablar sin palabras… hambre de comunicarnos con un lenguaje sutil y transparente, dejar de lado la palabrería para que hablen nuestros gestos y demostraciones de afecto con el código de las caricias que nos procuren aposento en cada corazón noble y sincero, lejos de las pesadillas de lo trágico y triste, de lo inhumano e incierto… Aún no sé, no entiendo, ¡por qué nos racionamos tanto el alimento del alma con una absurda escasez que espanta!…y los abrazos inmensos, los besos tiernos y apasionados, las palmadas al hombro, las sonrisas, las miradas que acarician, las conversaciones con nuestro interior …¡esto que humanamente nos identifica y que es tan esencial para nosotros!… ¿dónde quedó?…que, a diario, se nos empolva con la rutina de la indiferencia y se queda en el almacén de los recuerdos como un viejo producto que caduca… ¿Cuántos besos y abrazos has recibido y brindado hoy?...si los cuentas, tendrías tanta hambre del alma como yo…