La batalla permanente
"La vida es una batalla permanente, una todos los días", se le escapó a la Presidenta, aunque se dio cuenta en el acto del desvarío del inconsciente y trató de suavizar ese desliz, que fue la mejor profesión de fe kirchnerista. ¿Por qué tenía que ningunear a España, delante de su embajador, cuando mencionó despectivamente que un miembro de la corona española había sido la figura central del Centenario? ¿No se pavonea ella ahora con la supuesta amistad de los actuales reyes españoles? ¿Nadie le dijo, además, que en el Centenario visitaron el país los presidentes de Chile y de Brasil en medio de ceremonias mucho más importantes que las de ahora?
Ninguna otra cosa, sin embargo, fue tan divisoria -ni tan explicativa del presente- como la entronización de Ernesto Guevara en el panteón de los próceres latinoamericanos. El "Che" es un mito y no un héroe; al mito se le permiten todas las fantasías que al héroe se le niegan. Guevara fue una persona valiente, pero de una asombrosa frialdad para matar y para hacer matar, para descerrajar guerras civiles y para enfrentar a los hombres y bañarlos de sangre.
Esas ideas no están en la Argentina de hoy, desde ya, pero sus conceptos de grietas y crispaciones parecen ser las predominantes entre los que gobiernan. Abajo, la sociedad bullía levantando principios más generosos que una recordación sesgada e ideologizada, que los últimos rastros de una polarización condenada a vivir su otoño.