Rodolfo Bassarsky (Desde Arenys de Mar, Barcelona. España.
Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Hace poco leí que el auge del mestizaje en la América Latina poco después de la colonización se debió entre otras cosas al éxito sexual de los machos españoles. Los indígenas - según esta teoría - practicaban un sexo animal, desprovisto de contenidos afectivos. Y vinieron los ibéricos a acariciar a las indias antes y también después del coito. Los arrumacos postcoitales convertían a estos hombres en virtuosos altruistas, muy diferentes de los primitivos egoístas que según propone esta teoría “hacían uso” y muy probablemente abuso. Los besos hispánicos cautivaron a las "salvajes" que experimentaron una sensación nueva tan estimulante que les cambió la vida. Sin condones ni píldoras, los mestizos comenzaron a ensanchar la base de la pirámide demográfica de nuestras tierras. La cruza seguramente derivó en un tipo nuevo que en muchos casos mejoraba las condiciones de cada uno de sus progenitores: gente menos salvaje por una parte y menos delincuente por la otra, por decirlo de alguna manera. Porque los que se fueron a América al principio eran los de baja calaña, delincuentes, zaparrastrosos o harapientos, enfermos crónicos, marginados.
Quizás si los pasajeros de las carabelas de los descubridores hubieran sido personas cultas y de las clases privilegiadas, la unión seguramente hubiera tenido otras características, probablemente hubiera sido menos masiva y el machismo tradicional español, más nocivo. Un tema interesante que tiene interés sociológico e histórico. La cosa se complicó en nuestro país mucho más tarde con los gringos, los rusitos, los "turquitos". Porque sin duda cada grupo inmigratorio tendría sus características amatorias, coitales y una idiosincrasia más o menos machista que condicionaría en buena medida a las sucesivas generaciones de argentinos.