Comparto mi tiempo, mis talentos y mis tesoros tan naturalmente como un árbol ofrece su sombra, fruto y hojas. Esto es especialmente cierto cuando mantengo mi atención centrada en la fuente de mi abundancia: el Cristo morador. A veces, puede que olvide quién soy y piense que no tengo suficiente para dar. Tan pronto como me doy cuenta de estos pensamientos falsos, recuerdo cómo los árboles dan sin esfuerzo.
Al dar partiendo de una conciencia generosa, soy ricamente bendecido. El árbol no duda de que sus necesidades serán satisfechas. No negocia qué ha de recibir a cambio; se ofrece libremente. Similarmente, permanezco enraizado en una conciencia próspera al compartir mis dones, seguro del cuidado de Dios.
El que es generoso, prospera; el que da, también recibe.—Proverbios 11:25