Jesús conocía el valor de tomar tiempo a solas para orar. Él lo demostró al apartarse de las multitudes a quienes enseñaba para mantener períodos de renovación. Sigo este ejemplo cuando me aparto de la rutina del día —aunque sea por un momento— para orar.

Por uno o dos minutos, hago a un lado las cosas que compiten por mi atención y entro en la quietud de la oración. Aquí, en este momento sagrado, respiro, dejo ir y me vuelvo receptive al Espíritu. En la presencia de Dios, nunca estoy solo. Salgo de mis momentos devotos con una nueva perspectiva, listo para regresar a la tarea ante mí.

Hacer pausas durante el día renueva mi espíritu y refresca mi mente y cuerpo. Yo soy efectivo y productivo en todo lo que hago.

El gozo puede aparecer como una celebración ruidosa. Cuando los sentimientos rebosan espontáneamente, puede que cantemos y bailemos. Elevamos nuestras voces, tocamos los tambores y abrimos los brazos a medida que expresamos nuestra alegría. El Espíritu también se expresa por medio de nosotros con la chispa y exuberancia de los fuegos artificiales en el cielo nocturno.

Otras veces, el gozo surge como la paz callada del saber que estamos envueltos en el amor infinito del Creador. Ésta es nuestra señal para buscarlo en nuestro interior a medida que sentimos la presencia del Espíritu. Al apartar la atención de las distracciones, abrimos nuestros corazones a un sentimiento de unidad. ¡Soltamos toda tristeza y nos llenamos de gozo!