Todos necesitamos sentirnos seguros; tener la certeza interna y externa de provisión y guarda. Hoy determino confiar en la promesa de la protección divina. Cuando Jesús quería dar seguridad a Sus seguidores, les recordaba que la presencia divina yace en toda la creación. Esta idea también me brinda consuelo y esperanza a mí. Tengo confianza en que el poder y la presencia de Dios me protegen todo el tiempo.
Cuando me sienta preocupado por otros, recuerdo que Dios guía a mis seres queridos hacia la paz y la seguridad. Refuerzo mi seguridad interna al orar, lo cual profundiza mi convicción de que todo está bien.
Miren las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, y el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes mucho más que ellas?—Mateo 6:26
Sacio mi sed de comprensión al beber de la fuente de conocimiento en mí. Me sirvo de este manantial durante momentos de reflexión en el Silencio. En armonía con la sabiduría divina, dejo atrás soluciones generadas por el intelecto o el ego. Dejo ir la autocrítica acerca de lo mucho o poco que sé. Afirmo la Verdad: Soy sabio y estoy bien informado; sé lo que necesito saber.
En la claridad del Silencio, cualquier pensamiento turbio que bloquee mi guía es eliminado. Un conocimiento interno, que es más seguro y firme que cualquier creencia falsa, surge en mí. Confiado y claro acerca de lo que tengo que hacer, actúo según la guía que recibo y procedo con comprensión divina.
Nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas … para encaminar nuestros pies por camino de paz.—Lucas 1:78-79