La base de la paciencia es la fe y la práctica de estar presente en el momento. Recuerdo ser paciente con los demás y conmigo mismo. No puedo apurar el cambio de las estaciones, acelerar el desarrollo de un bebé ni aligerar las agujas del reloj.
La paciencia apoya mi bienestar. Mantener un comportamiento calmado permite que la vida divina fluya por medio de mí. Si me siento impaciente, respiro profundamente y recuerdo que sólo yo puedo elegir cómo reaccionar momento a momento. Afirmo que todo en mi vida se desenvuelve en orden divino, aunque los resultados no ocurran en el tiempo que preferiría. Con fe, demuestro paciencia en toda situación.