tío Adolfo se encontraba bien de salud, hasta que su mujer, mi tía Dolores, a instancias de su hija, mi prima Engracia, le dijo: - ¡Adolfo, vas a cumplir 70 años, es hora de que te hagas una revisión médica! - ¿Y para qué... si me siento muy bien? - ¡Porque la prevención debe hacerse ahora, cuando todavía te sentís joven -contestó mi tía. Por eso mi tío Adolfo fue a consultar al médico. Éste, con buen criterio, le mandó a hacer exámenes y análisis de todo lo que pudiera hacerse y que el Seguro lo pagase. A los quince días el doctor le dijo que estaba bastante bien, pero que había algunos valores en los estudios que había que mejorar. Entonces le recetó: Atorvastatina Grageas para el colesterol; Losartán para el corazón y la hipertensión; Metformina para prevenir la diabetes; Polivitamínico, para aumentar las defensas; Norvastatina para la presión; Desloratadina para la alergia. Como los medicamentos eran muchos y había que proteger el estómago, le indicó Omeprazol y Diurético para los edemas. Mi tío Adolfo fue a la farmacia y, debido al copago, gastó una parte importante de su jubilación por varias cajitas primorosas de colores variados. Al tiempo, como no lograba recordar si las pastillas verdes para la alergia, las debía tomar antes o después de las cápsulas para el estómago, y si las amarillas para el corazón, iban durante o al terminar las comidas, volvió al médico. Éste, luego de hacerle un pequeño fixture con las ingestas, lo notó un poco tenso y algo contracturado, por lo que le agregó Alprazolam y Sucedal para dormir. Esa tarde, cuando entró a la farmacia con las recetas, el farmacéutico y sus empleados hicieron una doble fila para que él pasara por el medio, mientras ellos lo aplaudían. Mi tío, en lugar de estar mejor, estaba cada día peor. Tenía todos los remedios en el aparador de la cocina y casi no salía de su casa, porque no pasaba momento del día en que no tuviera que tomar una pastilla. A la semana, el laboratorio fabricante de varios de los medicamentos que él usaba lo nombró "cliente protector" y le regaló un termómetro, un frasco estéril para análisis de orina y un lápiz con el logo de la farmacia. Tan mala suerte tuvo mi tío Adolfo, que a los pocos días se resfrió y mi tía Dolores lo hizo acostar como siempre, pero esta vez, además del té con miel, llamó al médico. Éste le dijo que no era nada, pero le recetó Tapsín día y noche y Sanigrip con efedrina. Como le dio taquicardia le agregó atenolol y un antibiótico, Amoxicilina de 1 gr. cada 12 horas, por 10 días. Y como le salieron hongos (por tanto antibiótico) y herpes y le indicaron Fluconol y Zovirax. Para colmo, mi tío Adolfo se puso a leer los prospectos de todos los medicamentos que tomaba y así se entero de las contraindicaciones, las advertencias, las precauciones, las reacciones adversas, los efectos colaterales y las interacciones medicamentosas. ¡Lo que leía eran cosas terribles! No sólo se podía morir, sino que además podía tener arritmias ventriculares, sangrado anormal, náuseas, hipertensión, insuficiencia renal, parálisis, cólicos abdominales, alteraciones del estado mental y otro montón de cosas espantosas.
Asustadísimo, llamó al médico, quien al verlo le dijo que no tenía que hacer caso de esas cosas porque los laboratorios las ponían por poner. - Tranquilo, Don Adolfo, no se excite -le dijo el médico, mientras le hacía una nueva receta con Rivotril con un antidepresivo Sertralina de 100 mg. Y como le dolían las articulaciones le dieron Diclofenaco. En ese tiempo, cada vez que mi tío cobraba la jubilación, iba a la farmacia donde ya lo habían nombrado Cliente VIP. Esto lo hacía poner muy mal, razón por la cual el médico le recetaba nuevos e ingeniosos medicamentos. Llegó un momento en que al pobre de mi tío Adolfo las horas del día no le alcanzaban para tomar todas las pastillas, por lo cual ya no dormía, pese a las cápsulas para el insomnio que le habían recetado. Tan mal se había puesto que un día, haciéndole caso a los prospectos de los remedios, se murió. Al entierro fueron todos, pero los que más lloraban eran el farmacéutico y los representantes de los laboratorios comerciales. Aún hoy, mi tía Dolores, afirma que menos mal que lo mandó al medico a tiempo, porque si no, seguro que se hubiese muerto antes.
( ¡Ah... si mi tío Adolfo hubiera tomado una copita de vino tinto de la Manchuela y caminando algunos miles de pasos diarios... respirando aire fresco... en vez de cientos de pastillas, cápsulas, píldoras, comprimidos, jarabes, supositorios, etc. etc. aún estaría vivito y coleando... y con lo que se hubiera 'ahorrado' le daba para irse con los del INSERSO a ver mundos... y bailar una jota aragonesa o una muiñeira de Lugo (la ciudad del Santísimo Sacramento, de las murallas romanas, de las playas del río Miño, del Parque Rosalía de Castro... de las terneras, de los nabos de Lugo...). ¡Y para comer Lugo! ¡Cuanta falta de sentido común hay... en nuestras sociedades de 'capitalismo salvaje'!) |