El amor sanador se siente como un baño tibio y reconfortante. Soy amado y apoyado, y tengo presente que todo promueve mi curación. El amor de Dios me calma y alivia cualquier dolor. Recibo alivio al abrir mi corazón al Amor Divino.
En este momento, me siento renovado y restaurado. Mi respiración fluye suave y naturalmente. Con cada aliento, experimento más salud y paz. El proceso sanador de Dios obra desde la punta de mi cabeza hasta la punta de mis pies. Cada célula trabaja en armonía y cada órgano responde positivamente. El amor de Dios unifica mi mente, cuerpo y espíritu. La energía sanadora fluye en mí y por medio de mí. Afirmo mi unidad con el Amor Divino, la fuente de toda curación.
Mi Señor y Dios, te pedí ayuda, y tú me sanaste.—Salmo 30:2
Acepto las bendiciones celestiales a mi alrededor cada día.
Puedo experimentar el cielo aquí y ahora, porque es un estado mental que está siempre disponible para mí. El cielo se expresa en mí y a mi alrededor como bendiciones divinas. Experimento el reino de Dios de muchas maneras. Veo bendiciones celestiales en la sonrisa de un ser querido y en la belleza de un atardecer. Las oigo en el rugir del océano y en la risa de un niño.
Las siento en la calidez del sol y en el abrazo de un amigo. Las saboreo en un vaso de agua refrescante y en un tomate maduro. Siento el aroma de las bendiciones celestiales en la fragancia de una flor y en el olor del pan en el horno. El cielo está aquí y ahora. Lo veo, lo oigo, lo siento, lo saboreo y siento su aroma cada día de maneras innumerables.
Mi socorro viene del Señor, creador del cielo y de la tierra.—Salmo 121:2