La caída de los dictadores Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958, en Venezuela y de Fulgencio Batista en Cuba en enero de 1959, incrementaron la desaprobación contra el régimen dictatorial de Rafael Leonidas Trujillo imperante en la República Dominicana.
Dentro y fuera del país se estaba denunciando al gobierno despótico
de uno de los más sanguinarios dictadores
de América Latina de todos los tiempos.
Rómulo Betancourt, para la época presidente de Venezuela, se convirtió en uno de los más fuertes críticos del régimen de Trujillo. El sátrapa, lleno de rabia e intolerancia, ordenó, sin éxito, el asesinato de Betancourt. Este grosero incidente sirvió para aumentar la crítica internacional contra el tirano y produjo, como consecuencia, fuertes sanciones a su gobierno de parte de la Organización de Estados Americanos. Mientras, la juventud dominicana en el exilio clamaba por la libertad en su país.