Corría el año 1802 cuando un soldado fue condenado a la pena capital por robo y homicidio. El juez dictaminó que se efectuaría en la Plaza Mayor de Valladolid. Y efectivamente se ahorcó a aquel soldado llamado Mariano Coronado. Una vez ahorcado, y creyendo que su alma había ascendido definitivamente, se bajó el cuerpo de la horca y las Hermanas de la Caridad se hicieron cargo del cuerpo, que iba camino del féretro cuando movió una mano.
Volvió a la vida poco a poco y las monjas se encontraron con un dilema ¿Lo reahorcamos? se preguntaron. Después de la sesuda reflexión se decidió que había cumplido con la justicia. Había sido condenado a la horca y había sido ahorcado, por lo que la pena ya habia sido efectuada.
Pero aqui no acaba la historia, porque después se procesó al verdugo por considerarlo culpable de la "vida" del Mariano Coronado. Afortunadamente para el "pobre" verdugo, el juez concluyó que había hecho bien su trabajo y que la culpa del poco afortunado hecho residía en haberlo bajado demasiado pronto de la soga.
En definitiva, Mariano Coronado fue condenado a la horca y con eso cumplió la pena. ¿Salió vivo? No era su problema.