El test realizado por las doctoras Slater y Clamar –que ya ha marcado un hito histórico en la investigación OVNI– parece indicar que los nueve sujetos sufrieron una experiencia real.
Y es precisamente éste el eje de toda la cuestión. żSon eventos reales las abducciones? żSon, por el contrario, episodios puramente imaginarios, fabulaciones creadas por el sujeto supuestamente abducido? Las implicaciones que se desprenden de cada una de estas posibilidades son muy distintas, y muy graves en ambos casos.
Si las abducciones son reales, entonces no hay más remedio que admitir que alguien está realizando unas experiencias, unos estudios con seres humanos, con finalidades que no alcanzamos a ver.
En cambio, si se trata de sucesos imaginarios, entonces nos encontramos ante una creación del inconsciente colectivo de la Humanidad. Como en su momento aseguró Wray Herbert, editor de la prestigiosa revista estadounidense Psychology Today, al analizar el libro de Whitley Strieber Comunión (1987) donde éste narra en primera persona sus experiencias múltiples de abducción, «si estamos ante una alucinación... se trata de una alucinación masiva que involucra a amigos, familiares y cientos de otras personas aludidas en el libro». Quizá, siguiendo la línea psicologista de análisis de esta cuestión, nos encontramos ante la aparición de nuevos arquetipos, como postulaba el eminente psicólogo suizo Dr. Carl Gustav Jung para explicar los OVNIs acudiendo a la imagen del mandala arquetípico, tal como explica en su obra Un Mito Moderno (1958). Pero si el mandala es válido, por sus características (forma perfecta circular) para explicar algunos casos de OVNIs, con las abducciones lo que tenemos es un pequeńo psicodrama, demasiado complicado para ser arquetípico.
Pero aún hay una tercera «explicación». Es la avanzada por el sociólogo norteamericano Alvin H. Lawson, tras una serie de experimentos en los que fue asistido por el hipnólogo Dr. William C. McCall. Esta teoría se conoce como «hipótesis del trauma natal». Para formularla, Lawson sometió a hipnosis, en cuatro sesiones, a dieciséis estudiantes en 1977. Una vez sofronizados, se presentó a los sujetos un formulario compuesto por nueve preguntas, que reproducimos a continuación:
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Imagine que está usted en su lugar predilecto, relajado y cómodo, cuando de pronto ve un OVNI. Describa lo que ve.
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Imagínese usted a bordo de ese OVNI. żCómo sube a bordo?
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Imagine que está usted en el interior del OVNI. Describa lo que ve.
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Imagine que está viendo algunas entidades o seres a bordo de ese OVNI. Descríbalos.
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Imagine que esos seres le hacen un examen físico. Describa lo que le ocurre.
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Imagine que recibe usted una especie de mensaje de los ocupantes de dicho OVNI. żQué dice ese mensaje y cómo se lo comunica?
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Imagine que le devuelven al lugar donde usted estaba antes de ver al OVNI. żCómo llega hasta allí y qué es lo que siente?
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Imagine que ha pasado algún tiempo desde que tuvo ese encuentro con el OVNI. żHay algo que indique que su personalidad o sus funciones fisiológicas y/o psicológicas han sido afectadas de algún modo por su experiencia OVNI?
El inconveniente que presenta este interrogatorio, es que predispone al sujeto a dar unas respuestas determinadas; no ocurre así con un buen interrogatorio de un «auténtico» abducido, en el que el interrogador se limitará a pedirle que relate sus experiencias, sin darle «pistas», como ocurre con el formulario Lawson-McCall. Las respuestas obtenidas por estos dos investigadores se ajustan a lo preguntado, y configuran en cierto modo una «parodia» de una «verdadera» abducción.
Por otra parte, afirma Lawson que la forma «fetal» de los pequeńos humanoides macrocéfalos evoca –de acuerdo con su teoría del trauma post natal, que expuso ampliamente en la obra Lo Imaginario en el Contacto OVNI (1990)– la forma, precisamente, del feto humano. Sin embargo, no comprendemos cómo el recién nacido –de ser correcta esta teoría– se ve a sí mismo como un feto. Esto, sencillamente, resulta absurdo.
Asimismo, nos parece absurdo que la «escenografía» de la abducción reproduzca la del quirófano o sala de maternidad, donde tiene lugar el alumbramiento. Según Lawson, el sujeto recordaría a los doctores y las enfermeras que rodeaban a su madre en el momento del parto, y la propia sala brillantemente iluminada.
Admitamos que esto pueda ser cierto para personas nacidas en estas circunstancias. Pero ello nos llevaría a realizar una investigación –imposible en muchos casos– para saber cuáles fueron las circunstancias que rodearon el nacimiento de los abducidos. Algunos, por la fecha del incidente (1957 para Antonio Villas Boas; 1961 para Betty y Barney Hill), nacieron casi a principios de siglo, donde los partos no se realizaban por lo general en las condiciones clínicas y asépticas de la actualidad, sino muchas veces en la propia casa materna, y con la intervención de la comadrona, figura que hoy prácticamente no existe ya, a excepción de su presencia generalizada en países subdesarrollados clínicamente. Antonio Villas Boas, por ejemplo (fallecido en 1985 a la edad de 52 ańos), habría nacido en 1933, pues tenía veinticuatro ańos en el momento de producirse su famosa abducción en Ponte Por. No creemos que en pleno serto brasileńo, y en 1933, los partos se realizasen en impolutas clínicas, sino que probablemente tendrían lugar en la propia casa, a la luz de las velas si era de noche y contando con la asistencia de unas cuantas comadres. Este punto –muy importante– ha sido olvidado por todos los críticos de la hipótesis Lawson-McCall.
Volvamos momentáneamente al caso de Próspera Muńoz, ampliamente expuesto en la obra En el túnel del Tiempo (1984). Es necesario ver este caso sobre el contexto de casos mundiales similares, donde la abducción de nińas y nińos entre 7 u 8 ańos es un hecho bastante frecuente. De hecho, el ufólogo neoyorquino Budd Hopkins admite ahora que muchas de las experiencias de abducción de los casos que ha tenido la ocasión de investigar se remontan a los primeros ańos del testigo. «También descubrí –seńala Hopkins– el intranquilizante hecho de que la abducción no es un episodio que se da sólo una vez, sino que parece ser un proceso continuado, que se inicia en la nińez y reaparece más tarde».
Por su parte, la excelente investigadora francesa Genevičve Vanquelef reúne bastantes de estos «raptos infantiles» –prácticamente todos los conocidos– en su obra OVNI: Interventions-Captures (1985), que es sin duda el más completo catálogo que existe publicado sobre estos hechos. Visto así resulta que Próspera Muńoz se convierte en una más de las docenas de nińas abducidas... –y generalmente seguidas o monitoreadas, en el argot ufológico angloparlante– luego, durante el curso de sus vidas.