Mayo de 2005 en el sur de España: sol, playa, mar y mucho amor. Después de un caos en el comienzo del año, tanto profesional como emocionalmente, para mí y mi hijo de trece años de edad, este es una vida como en el paraíso. En abril me encontré por nosotros un bonito apartamento amueblado en Torremolinos, Málaga, provincia en el sur de España. De allí fue sólo diez minutos a pie hasta la playa, y lo disfruté todos los días con Max, nuestro pequeño perro mestizo negro. Cada mañana, caminamos dos horas en la playa. Fue maravilloso ver el perro correr en la arena, porque le gustaba la playa y el mar como yo y nunca tuve miedo de las grandes olas. Saltó al agua con entusiasmo y alegría tras el palo que jugué. Muchas veces me he permitido el lujo y me sentó en la terraza de uno de los muchos cafés a lo largo de la playa, bebiendo un café o dos, disfrutando de la vista al mar. Michael se acostumbra rápidamente al nuevo entorno y la escuela. Como en todos los lugares que no pasó mucho tiempo para encontrar nuevos amigos. Esta vez, yo estaba seguro de que hizo todo bien. Michael y yo siempre estuvimos muy cerca relacionados, y entre nosotros había una relación confidencial. Michael no escondió secretos para mí, por el contrario, estaba muy abierto a mí y yo siempre sabía dónde estaba. Claro, hubo problemas y conflictos como todos los padres tienen con los adolescentes, y no siempre son a evitar, pero lo que sucede en las mejores familias. Una cosa era cierta: Yo amaba a mi hijo más que nada y siempre lo amará. Para mi hijo lo habría hecho cualquier cosa con tal de verlo feliz. Eso por sí solo cuentaba para mí. Por esta razón, superé mi disgusto con Chris y trató de mantener una relación amistosa. Chris fue casi tres años, mi compañero y prácticamente padrastro de Michael. De vez en cuando Michael se pasó el fin de semana con él en El Palo, para mantener el contacto con su mejor amigo Miguel. |