Tanto aprendí de ti, como si hubiera estudiado la historia de los besos, el mapa de los júbilos desnudos, cada pliegue y sudor de cada lecho. Eres mujer de miembros extendidos, cripta sin llave, Kamasutra abierto; piel de espontaneidad, no de sistemas, de sugerencia, de consentimiento. Te bebí, me bebiste, vino rojo ensangrentando músculo y cerebro. Tú en pleno mediodía, yo al ocaso, estallido y murmullo, pero a tiempo. Yo, espigador de campos de sentido, cosecha recogí de sentimiento, sembradora de azules, de cristales, etérea y transparente, como el sueño. Sin enseñarme nada, aprendí todo, toda tú, letra, música y acentos, lo pensado, lo dicho, lo tangible, desenvoltura, melodía y verso. Qué labranza de impulsos, qué arsenal de conceptos, tu sensibilidad reproducía en los confines lúbricos del cuerpo. Mi voluptuosidad recién nacía en fervor de relámpagos y truenos. Ah, la ciencia del bien y el mal, uncida a nuestro afán, sin tú ni yo saberlo.