Yo comencé a aprender muy tempranito,
cabeza abajo y con un susto grande
cuando nací y sentí que me faltaba
algo que después supe que era el aire.
Había estado tranquilito y tibio
en la paz de la panza de mi madre
nueve meses de oscuro paraíso:
no hace falta aprender cuando no hay hambre.
Apretujón de túnel, luz y ruido,
duros contactos, miedo de caer…
Perdí todo de golpe y todo es nuevo.
Este perder y hallar, ¿será aprender?.
Hay un fuego que crece desde adentro
y un agua dulce y tibia que lo apaga
y hay que aprender, probando una y mil veces,
cómo es el grito que despierta el agua.
Aprendiendo, aprendiendo, la neblina
se fue desvaneciendo una mañana:
sentí dos ojos que me sonreían
y una voz familiar que me charlaba.
Y había otro que pedía cosas
y hubo bronca, pelea y alboroto
y aprendí que aprender siempre es con alguien
y a veces aprender es contra otro.
Y hubo hermanos y amigos que aprendían
primero junto a mí, después conmigo
y aprendí el sube y baja de la plaza,
el tobogán, la hamaca y el triciclo.
Y aprendía la casa y sus rincones,
la barra de mi calle y de la escuela
y hasta aprendí las cosas innombradas
que enseñaba en la clase la maestra.
Aprender fue mi oficio. Fui artesano
de mi propio saber, año tras año:
era lindo aprender, una vez hechos
los pesado deberes del primario,
cómo trepar una escalera alta,
cómo meter un gol desde muy lejos,
cómo saber el cuerpo de las chicas,
cómo leer al revés en un espejo…
Olvidé tantas cosas… Sin embargo
no olvidé el gusto del aprendizaje.
ese juego que siempre recomienza
entre libros, peleas o paisajes…
Todo es igual, como en la calesita,
hasta que algo se cruza en el camino
y no encuentro un lugar donde ponerlo
en el mundo cerrado de mis libros.
Y entonces, aprender es desarmarlo,
buscar su entraña, desnudar sus partes
para entender el cómo de su juego,
romper la magia y encontrar el arte.
Y después, reconstruir lo fragmentado,
atar puentes que acerquen las orillas,
crear colores nuevos, atar cabos,
cambiar el mundo, reparar heridas…
Las manos en el barro, hallar el cauce
que lleva por la sangre a los orígenes
del largo aprendizaje de los pueblos
que buscan soles desde las raíces.
Aprender es vivir. El que no aprende
se inmoviliza en sus saberes viejos
y poco a poco ya no sabe nada
porque ya no cambiar es estar muerto.
Alejandro Simonetti.