Metro
Me pregunto si queda alguien, estoy mirando con ímpetu: “¿me escuchas?” parece que no, evitó mis ojos: “da la impresión de que prefieres usted mis zapatos”.
Algún bebé, el único que no entiende su sitio, ofrece a la nada, la nuestra, un poco de conversación: bofetadas de calor, conciertos de axilas a capella, periódicos arrugados, limosnas, embarazadas: “le presto a usted mi sitio, no sea que su niño atraviese la placenta”.
No somos humanos, aquí somos aire, somos el ardor del aire, su no-esencia, somos la nube inestable del volcán: “señores, señoras, les regalo esta canción”, y bajamos aún más la mirada, por debajo del vagón, de los raíles.
No somos humanos, somos lombrices, estamos debajo de nuestra tierra, somos el ficus infectado de nuestro abanico, somos el terrible silencio de nuestra llegada.
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