Acababa la noche de golpear en la ventana. Pronto el eco de unos pasos inundará la escalera tras un perfume evanescente y caduco. El abundante cabello gris parece oprimir, bajo el baño de laca, gramos de una sensatez avergonzada.
El profesor de literatura se limita a seguir el camino que le dibuja la luna mientras agradece los besos del aire del Norte.
¿Cuántas noches como ésta se perdieron?
Creyó que la indecisa luz y los espesos bucles, que trazaba en aquel local de moda el tabaco, lo protegían.
Los grandes ojos verdes de la alumna sólo pudieron ver a un fantasma alejarse.
Mañana, en clase, oiría al viejo profesor hablar de poesía, de miedos, y de cofres de hierro donde se guardan bajo llave corazones de cristal. |