Merece la pena recordar a la persona más solidaria que ha existido. Nació muy lejos hace muchos años. Pasó su vida aliviando a los que sufrían, curando a los enfermos, enseñando a los que querían escucharle, dando esperanza y alegría a los tristes y desesperados y perdonando a todos los que le atacaban y ofendían. Todo lo hacía sin pedir nada a cambio y sin hacer distinciones entre clases o razas.
Murió siendo aún muy joven. Un jueves por la noche le apresaron y al día siguiente le mataron. Pero él nunca protestó porque sabía que daba su vida por toda la humanidad. Era de Nazareth y se llamaba Jesús.
Para los que tenemos fe no era una simple persona, sino que sabemos que resucitó y que nos prometió estar siempre con nosotros hasta el final del tiempo. Merece la pena aprovechar esta promesa y buscarle, hablar con él, escucharle y, sobre todo, intentar imitarle.