Un simple gesto
Mark volvía caminando de la escuela cuando advirtió que el muchacho q
ue caminaba delante de él había tropezado y se le habían caído todos los libros que llevaba,
además de dos jerséis, un bate de béisbol, un guante y un pequeño magnetófono.
Mark se arrodilló para ayudarle a recoger los objetos desparramados y,
como iban por el mismo camino, le ayudó a llevar parte de la carga.
Mientras caminaban, supo que el chico se llamaba
Bill, que le encantaban los vídeo-juegos, el béisbol y la historia,
que tenía muchos problemas con las demás asignaturas y que acababa de romper con su novia.
Primero llegaron a casa de Bill,
donde invitaron a Mark a que entrara a tomar un refresco
y a ver la televisión un rato.
La tarde pasó agradablemente, entre algunas
risas y algo de charla intrascendente, luego Mark se fue a su casa.
Los dos chicos siguieron viéndose en la escuela,
almorzaron juntos un par de veces y, finalmente, ambos terminaron la primaria.
Casualmente fueron a la misma escuela secundaria,
donde siguieron teniendo breves contactos durante años.
Finalmente, llegado el tan esperado último año,
tres semanas antes del día que finalizaban los cursos,
Bill le preguntó a Mark si podían conversar un rato.
Le recordó aquel día, años atrás,
en que se habían conocido, y le preguntó:
—¿Nunca te extrañaste de que ese día volviera a casa tan cargado de cosas?
Había vaciado mi armario porque no quería cargar a nadie con ese desorden.
Había ido guardando algunas pastillas para dormir
de mi madre y volvía a casa con intención de suicidarme.
Pero después de haber pasado un rato contigo, charlando y riéndonos,
me di cuenta de que si me hubiera
matado habría perdido aquellos momentos y muchos otros
que podían haberles seguido.
Entonces, Mark, ya ves que aquel día, cuando me recogiste los libros,
hiciste mucho más... Me salvaste la vida.