Los Hankins parecían víctimas de algún tipo de maldición. Primero, la madre, Beth, empezó a sufrir dificultades respiratorias. Después, su marido, Jonathan, no paraba de sangrar por la nariz y tener migrañas. Y por último, a Ezra, el hijo de dos años, se le llenó la boca de calenturas. "No podía ni beber agua sin que le doliese", recuerda Jonathan, de 32 años.
Ni los propios Hankins ni sus amigos podían explicarse el origen de estos síntomas. Todavía no habían cambiado nada en su modo de vida habitual tras la mudanza a la casa que habían comprado en el número 2427 de la calle Radcliffe, en Klamath, un pequeño pueblo de Oregón (Estados Unidos). La casa les había salido barata; era una propiedad embargada que el gigante inmobiliario Freddie Mac les había dejado en 36.000 dólares, una ganga en el mercado estadounidense. Claro que a cambio había que trabajar un poco en ella: pintarla por completo y arreglar un par de desperfectos. "Pensamos: 'Necesita algo de cuidado, pero tiene buenos huesos", explica Jonathan. Ahora, enfermos como estaban, no podían acometer estos trabajos.
Lo cual no fue necesariamente malo. Antes de que los Hankins fueran juntos a ver al médico, recibieron la visita de un vecino: aunque nadie les hubiera dicho nada, la casa en el número 2427 de la calle Radcliffe había servido en el pasado como laboratorio de metanfetamina, una droga de uso muy extendido en el centro de Estados Unidos que suele fabricarse de forma casera con diferentes elementos de artículos que pueden comprarse fácilmente en tiendas. La cocina de meth, como se le llama informalmente, es un laborioso proceso que conlleva algunos peligros: la cosa puede explotar si no se hace bien y, sobre todo, desprende unas sustancias tóxicas que pueden resultar letales... y que tienden a pegarse en las paredes.
Hizo falta la intervención de un laboratorio (de los de verdad esta vez) para confirmar que, efectivamente, la casa tenía unos niveles de contaminación 80 veces superiores a los límites permitidos por el Estado de Oregón.
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La compra de casas envenenadas por la cocina de metanfetamina es uno de las mayores historias de terror que se escuchan ahora en Estados Unidos: los laboratorios caseros se han triplicado entre 2007 y 2010 y se calcula que en el país hay unos dos millones y medio de estas residencias a la venta. Las inmobiliarias están obligadas a detectarlas e informar a los futuros compradores, pero en este caso fue diferente: los Hankins recibieron un suculento descuento por comprarla tal cual estaba, aceptando la responsabilidad de detectar riesgos a la salud como amianto o pintura de plomo. En ningún momento se habló de drogas (aunque hubiera dado igual; la familia no realizó ninguna inspección antes de mudarse).
Ahora, Jonathan Hankins se enfrenta a una posible ruina: descontaminar una de estas casas puede costar entre 5.000 y 150.000 dólares, así que está intentando por todos los medios que Freddie Mac les devuelva, de buena voluntad, el dinero que pagó por una casa que, en realidad, resultaba ser una bomba de relojería. En teoría, la cláusula de que los Hankins se quedaban con la casa "tal cual" les exime de tal obligación.
"Pero tampoco es que esté enfadado con la empresa", explica Jonathan. "Es que nos sorprende que esto le pueda pasar a alguien en Estados Unidos. Es una oportunidad de sentar un buen precedente en la industria de las hipotecas. 36.000 dólares son una muesca de su presupuesto, pero para nosotros pueden suponer la ruina económica".