Simon Bolivar y Manuela Saenz
El 16 de junio de 1822, Manuela conoce a Simón Bolívar,
cuando hacía su entrada triunfal en Quito, precedido por su banda de guerra.
Al llegar Bolívar a la Plaza Mayor, Manuela le arroja una corona de ramas de laurel. Simón mira hacia arriba, y se encuentra
con los ojos chispeantes de la quiteña con su maravillosa sonrisa y con sus brazos blanquísimos.
Sonríe más y clava en ella su mirada de fuego y agradece el homenaje con una elegante reverencia.
Aquel momento fue el inicio de una gran pasión y esta la historia de una vida.
Manuela cubrió de tal modo las necesidades que Bolívar, mientras estuvo en Quito, no miró a ninguna otra mujer.
Pero esto era únicamente elemento superficial del amor. Comenzó a insinuarse en sus relaciones algo
diferente y más hondo, algo que procuraba equilibrio y profundidad al deseo.
Manuela conocía —como pocas de las mujeres de Bolívar habían conocido— el valor de los espacios vacíos.
Comprendía instintivamente cuándo debía ser tierna y apasionada y cuándo debía escuchar en silencio,
mientras la charla devolvía el equilibrio al organismo saciado.
Al poco tiempo, Manuela se había convertido
de pronto en una necesidad vital para el Libertador. En octubre, a pesar de las objeciones
del general Lara, Manuela fue incorporada oficialmente al estado mayor de Bolívar.
Al propuesta del coronel O’Leary, que llegó a sentir por ella un profundo afecto, quedaron a su cargo los archivos
personales de Simón. Cuando el Libertador partió hacia el Perú, Manuela se le reuniría también,
y su figura estaría presente en todo aquel complejísimo proceso político y militar, tanto en Lima como en Trujillo. El intercambio epistolar avala la fluidez de la relación de los amantes.
Más adelante se reencontraron en Bogotá, y enfrentar ambos las intrigas y el tejido de la traición contra el Libertador, hasta producirse el célebre episodio de los conjurados.
El 25 de septiembre de 1828 intentarían asesinar a Simón, pero resultó ileso gracias a la ayuda de Manuela.
La declaración de independencia de Venezuela, la oposición en Nueva Granada y la enfermedad que padecía, hicieron a Bolívar renunciar a la presidencia en 1830. El 17 de diciembre de ese mismo año, murió a causa de una tuberculosis.
Tras su muerte, Manuela, aún en Bogotá, quiso suicidarse haciéndose morder en un hombro por una serpiente venenosa, pero no lo logró. Los siguientes años se dedicó a la venta de tabaco, traduciendo y escribiendo cartas a los Estados Unidos de parte de los balleneros que pasaban por la zona, también hacía bordados y dulces por encargo. En 1856 es víctima de la difteria y muere.
Su cuerpo fue echado a la fosa común.
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