El secreto del perdón
El tema del perdón toca fibras sensibles para todas las personas, las razones que son obvias, se convierten en verdaderos retos para mucha gente que vive rupturas familiares, divorcios, fuertes disgustos, malos entendidos, abusos y acciones dolosas que han lastimado fuertemente su corazón.
Dolidas y enfurecidas, muchas optamos por odiar, maldecir, amargarse, golpear, insultar, humillar, dividir, guardar resentimiento, criticar y arremeter contra el opuesto, basándose en toda clase de justificaciones, pretendiendo obviamente erigirse como las salvadoras de todas las cosas, calificando al otro como malo y a su propia persona como buena.
Al ser confrontadas por los clichés de la época, se nos presenta dos opciones:
• Ignorar el tema del perdón, ó • enfrentar el reto y perdonar
Pero, ¿cómo? Mucho se ha oído decir, “perdonar es olvidar”. Y aunque suena muy bien la frase; contundente, certera y como opción para solucionar el rencor, para la mayoría nos resulta prácticamente imposible.
Olvidar el agravio, olvidar el engaño, la traición, la mentira... Desaparecer de la mente el dolor de la herida causada? Olvidar el insulto o la bajeza con la que somos tratadas?
¿Olvidar el dolor que tuvimos que tragarnos cuando sentimos las respuestas y las acciones de aquél o aquella de manera francamente injusta en nuestra contra?
¿Olvidar que por su culpa tenemos que enfrentar situaciones que no merecíamos? ¿Olvidar cómo se ensaña en hacernos sentir incómodas o rechazadas?
¿Olvidar su indiferencia, sus reproches o sus humillaciones?
¿Olvidar la manera en que se quedó con lo mío? ¿cómo prefirió atender a aquella antes que a mi? Sería tanto como pedirnos o exigirnos no sólo que actuemos en esta condición como niñas, sino serlo.
Para poder tener esa capacidad de no ser tan aprensivas y dejar atrás, es decir, pasar por alto, olvidar, todo el mal sentido como lo hacen los niños a la hora en que vuelven a jugar.
Suena bien y no dudo que alguien lo haya logrado o que lo llegue a lograr. Pero por ahora no es posible para todos. Entonces, ¿existe otra forma para poder perdonar? Alguien más habla de que si no del todo se perdona sí se puede superar el dolor por la ofensa
Esta es una posición sana desde el punto de vista de las reflexiones sicológicas. Pues finalmente el desfile de personas que llegan y pasan por un consultorio cargan en el alma el rencor por haber sido agredidas injustamente, y sin haber trabajado ese dolor.
Es decir, a veces ni siquiera han hablado el tema con nadie de confianza y les hace bien el desglosarlo, llorar, analizar, y superarlo. Para finalmente poder decir, es como una herida profunda que cicatriza: sé que fui lastimada aquí esta la herida pero hoy solo lo recuerdo porque ya no me duele.
Este proceso implica cierta sanidad y es un logro emocional importante pues los sentimientos de sufrimiento impotencia y confusión se superan. Es decir, luego de un proceso sicológico en términos estrictamente personales podemos decir “estoy en paz”.
Pero el perdón propiamente dicho todavía no aparece, pues el otro en conflicto aún no toma presencia en primer cuadro en nuestra escena.
Entonces... ¿Habrá una tercera opción?
Sí y se basa en el siguiente punto de vista; puede ser que se trate de la tarea más difícil, pero si lo vemos bien es la más sencilla. Sólo se requiere reconocer que
“No soy mejor que la persona que me ofendió”
Sólo aquella persona capaz de reconocer sus propios defectos, errores, desaciertos, y sus peores zonas oscuras, es capaz de perdonar a otra persona, sin tantos malabares.
Y esto es verdad. Pues en ese sentido no se siente merecedora de ningún bien extra, pues quien así actúa sabe de qué carece también, de que pié cojea, de qué historia viene; de qué condición está hecha.
Y ésta sencillez de alma para entender la vida propia y la de los demás es una de las mayores adquisiciones a nivel espiritual, filosófico y ético que se pueda tener en esta vida.
En oposición a este planteamiento, en la mayoría de nuestros casos es más fácil justificar nuestra ira y desprecio que recordar a quiénes y cómo hemos lastimado en el pasado y seguimos hiriendo en el presente.
Mucho menos fácil es prestar oído atento a aquellos a quienes con palabras o actitudes nos están demandando una explicación; una mirada tibia, un “sé que te lastimé y ni he reparado en ello durante todo este tiempo, perdóname por aquellos por favor”
Es más fácil montarnos en la cumbre de la soberbia y creer que nadie sufre más que yo. Es más fácil preparar mentalmente todas y cada una de las justificaciones de por qué le retiramos el saludo... Del por qué le dejamos de hablar, del por qué nunca más volveremos a confiar en ella o en él...
Que recordar todas y cada una de las veces en que yo he mentido o he defraudado la confianza. Es más fácil alimentar el rencor que abrirle camino al amor. Porque se requiere de un gran trabajo, desbaratar todo aquello que construimos con tanta tenacidad y tanto ego inflado. Pues al no perdonar damos por hecho que MI YO nunca se ha equivocado de esa manera y doy por hecho que nunca lo haré, creyéndome poseedora de los saberes del futuro.
Nada más absurdo...
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