Donde hay amor...
Donde hay amor no hay deseos. Y por eso no existe ningún miedo.
Si amas de verdad a tu amigo, tendrías que poder decirle con
sinceridad: "Así, sin los cristales de los deseos, te veo como eres,
y no como yo desearía que fueses, y así te quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me faltes, a que no me quieras".
Porque en realidad, ¿qué deseas? ¿Amar a esa persona tal cual es o a una imagen que no existe? En cuanto puedas desprenderte de esos deseos-apegos, podrás amar; a lo otro no se le debe llamar amor porque es todo lo contrario de lo que el amor significa.
El enamorarse tampoco es amor, sino desear para ti una imagen que te imaginas de una persona. Todo es un sueño, porque esa persona no existe. Por eso, en cuanto conoces la realidad de esa persona, como no coincide con lo que tú te imaginabas de ella, te desenamoras.
La esencia de todo enamoramiento son los deseos. Deseos que generan celos y sufrimiento porque, al no estar asentados en la realidad, viven en la inseguridad, en la desconfianza, en el miedo a que todos los sueños se acaben, se vengan abajo.
Cuando estás enamorado no te atreves a decir toda la verdad por temor a que el otro se desilusione porque, en el fondo, sabes que el enamoramiento solo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas.
El enamoramiento supone una manipulación de la verdad y de la otra persona para que se sienta y desee lo mismo que tú, y así poder poseerla como un objeto, sin miedo a que te falle. El enamoramiento no es más que una enfermedad y una droga del que, por su inseguridad, no está capacitado para amar libre y gozosamente.
La gente insegura no desea la felicidad de verdad; porque teme el riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la droga de los deseos. Con los deseos viene el miedo, la ansiedad, las tensiones y..., por descontado, la desilusión y el sufrimiento continuos. Va de la exaltación al desespero.
Anthony de Mello
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