Desde la soledad que puede sentirse en eso que a veces la gente llama amor, comencé a conversar con mi sombra. Después de todo es la única que siempre está conmigo. Aunque, al igual que a eso del amor, puede verse cerca pero a la hora de sentirla es sólo un espacio ocupado por el reflejo de aquel espejo en el que uno sólo se mira. Aun así le hablé. Le conté de lo triste que me hallaba.
Le hablé de lo sólo que estaba y de lo poco correspondido que me sentía. Y allí junto a mi sombra lloré. Recordé los tiempos aquellos cuando lo único importante era sentir que el día era eterno y mis juegos irrompibles. Que nada era lo suficiente cruel para herirme ni tan bueno como para hacerme sentir que sólo a eso me debía.
Ahora cuando me ahogo en la idea de aquel mundo perfecto que me soñé y veo que no es así descubro mi miseria, la miseria del hombre. Y cuando el sol cayó, huyó mi sombra a mí. Fue entonces cuando comprendí que aquello a lo que la gente llama amor es real. Porque es el amor como tu sombra quien está a tu lado en todo momento y en momentos de tiniebla es capaz de habitar en ti.