Señor, ahora ya es demasiado tarde para callarte.
Has hablado demasiado.
Es demasiado tarde para que te dejen hacer. Has luchado demasiado.
Has llamado "raza de víboras" a la gente de bien.
Les has dicho que su corazón era un negro sepulcro bellamente adornado.
Has abrazado a los podridos leprosos.
Has hablado descaradamente con extranjeros vulgares.
Has comido con pecadores públicos y has dicho que las
mujeres de la vida serían las primeras en el paraíso.
Te has complacido con los pobres, con los piojosos, con los lisiados.
Has cumplido desastrosamente tus prácticas piadosas.
Has querido interpretar la ley y reducirla a un solo pequeño mandamiento: amar.
Y ellos ahora se vengan.
Ellos se han movido contra Tí, han ido a denunciarte a las autoridades
y las autoridades van a tomar las medidas oportunas.
Señor, yo sé que si intento vivir un poco como Tú voy a ser condenado.
Y tengo miedo.
Ya empiezan a señalarme con el dedo.
Algunos se ríen, otros se burlan, otros se escandalizan,
varios de mis amigos están ya apunto de abandonarme.
Tengo miedo de pararme a la mitad del camino.
Tengo miedo de escuchar la sabiduría de los hombres, la que dice:
"conviene hacer las cosas despacito, no hay que tomarlo todo al pie de la letra,
es mejor hacer arreglos con el adversario..."
Y yo sé, Señor, que Tú tienes razón. Ayúdame, pues, a luchar.
Ayúdame a hablar.
Ayúdame a vivir Tu Evangelio. Hasta el final.
Hasta la locura. Hasta la locura de la cruz.