Es cierto que te he traicionado. Por años te pospuse con argumentos vanos. ¡Cómo desatendí tus llamados! Quise taparme los oídos con la dorada cera de las abejas, pero no era de sirenas tu canto. Hasta en sueños me perseguías e hiciste yunque de mi pobre cabeza y yo, necia, me negaba a obedecerte. Pero prevaleciste, oh Diosa, sobre mí y sobre la voluntad de quienes quisieron encadenarme en el antiquísimo rol. Tampoco puede decirse que fui cobarde porque de algún modo supe resistir. Te filtrabas, aliento que hinchó el alma. He sobrevivido al menos, Diosa, y te hablo, vencedora: soy tuya para siempre.
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