VIII
El emperador se muestra alegre; está de buen humor, pues ya conquistó Cordres. Ha destruido sus murallas y ha abatido las torres con sus catapultas. Sus caballeros han hallado gran botín: oro, plata y preciosas armaduras. Ni un solo infiel quedó en la villa: todos murieron o fueron bautizados.
El emperador se halla en un gran vergel: junto a él, están Roldán y Oliveros, el duque Sansón y el altivo Anseís, Godofredo de Anjeo, gonfalonero del rey, y también Garín y Gerer, y con ellos muchos más: son quince mil de Francia, la dulce. Los caballeros se sientan sobre blancas alfombras de seda; los más juiciosos y los ancianos juegan a las tablas y al ajedrez para distraerse, y los ágiles mancebos esgrimen sus espadas. Bajo un pino, cerca de una encina, se alza un trono de oro puro todo él: allí se sienta el rey que domina a Francia, la dulce. Su barba es blanca, y floridas sus sienes; su cuerpo es hermoso, su porte altivo: no hay necesidad de señalarlo al que lo busque. Y los mensajeros echan pie a tierra y lo saludan con amor y respeto.