Nadie volvería a ver su larga cabellera dorada, aquel tranquilo esplendor que había impresionado, a cuantos la conocieron su belleza habían celebrado, eternamente blanca yacía bajo el luto sepultada. Un gran velo blanco enmarcaba su melancólica mirada, perdida en las sombras del laberíntico pasado, ¡y estremeció su boca!, al acariciar la cubierta de brocado, que pertenecía al lecho donde fue deseada, amada… Mas ahora tan solo el silencio; un eco que se propagaba Sin Clemencia, devastadoramente sobre su frágil vida, que el preciado fruto del Real amor albergaba en sus entrañas marchitas, al estar enloquecida por la obsesión de que su hombre, al hijo que esperaba jamás conocería, a causa de una oscura mano regicida.
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