Cuando te vi, pensé que todo debía ser como lo había escrito. Nunca imaginé retirar de mi vida pasiones que amaba. Te vi y recordé, recordé todo. O casi todo. Busqué por un momento lo que necesitaba y creí encontrarlo, Volví para verte y pensé que ibas a estar allí. No te encontré. Estabas jugando con tus sueños, con las fantasías que chocaban por momentos aquella imaginación de la que decías tener. Te creí y quise compartir eso. No me dejaste. Lo acepté.
Me hablabas de todos; menos de mí. Disfrutabas de todo; menos de lo que yo escondía para ti. Grite tu nombre con coraje y dolor, pero te escondiste en medio de risas indiferentes que sólo expresan desinterés. Volví a entenderlo, y callé.
Hasta ahora, que me atrevo a escribir entre palabras sin sentido lo que algún día pensé podría ser duradero, no eterno... porque eso suele ser aburrido. De todos modos, gracias. Por aquellas lágrimas que me hicieron entender que no hay dolor sin una lección futura. Por aquellas nubes que sólo esconden el sol que estaba oculto entre ellas. Gracias, por haber sido tú y por haber aparecido frente a mí. De blanco y sin anestesia.