A veces cuando creemos estar enamorados nos dispara un sin número de emociones que nos hacen sentir que nada tiene fin. Incrédulamente saltamos de alegría por miradas que tal vez no tienen ningún sentido, pero para nosotros esconde un enigmático significado (así sea que no, pero tiene).
Creemos ver en el otro, cualidades que nunca pensábamos encontrar, y si no las tiene obligamos a nuestro cerebro a que procese como si las tuviese, sin imaginar que a la vez estamos procesando también una decepción a corto plazo.
Tal vez ése sea el error más grande, pretender etiquetar a las personas por cómo queremos que sea. Anhelamos una imagen inmortal en medio de una realidad que simplemente es como es, y no la aceptamos. Luchamos por conseguir a toda costa lo que queremos, el sentirnos amados sin entender que en medio de ése deseo existen defectos, existen también errores y existe una realidad que merece ser conocida para luego ser respetada y finalmente amada.
Caemos erróneamente en un cuento de hadas, ése que nos hace pensar que lo oscuro encontrará claridad porque estamos allí, sin imaginar que nosotros sólo somos seres pasajeros, que la persona solo cambia porque es ella misma quien desea ése cambio.
El amor nunca crea ataduras, ni físicas ni mentales. Es libre, por el simple hecho de estar juntos; te sientes libre. De pensar, de sentir, de amar. Con el tiempo, después de todo, te das cuenta de que sentir el inmenso poder del amor va más allá de expresar gestos y detalles inertes. Entiendes que el aprender a amar es una experiencia única, sensible a cualquier error, apto para aprender de todo y humilde para entender los límites. Es allí donde podrás decir que amas, que no tienes miedo y que lo disfrutas.