Es extremadamente fácil cuando vemos con
el corazón. Sentimos la verdad más de lo que podemos pensar sobre ella.
La experimentamos mejor de
lo que la comprendemos.
Así es como nos damos
cuenta. Nunca dudes si tu corazón te indica que “algo anda mal”. El corazón no
sabe mentir, el cerebro sí.
El amor es tan transparente,
que cualquiera puede ver a través de él y encontrar la mentira que puede surgir
para mantener un romance.
Cuando uno descubre la
verdad y se da cuenta de que ha sido traicionado, duele, mucho.
Y es lógico, ya que
típicamente quien traiciona suele vivir en la mentira y el miedo, mientras que
el traicionado lo hace en la verdad y en el amor.
Esa polaridad resquebraja a
ambas partes por no lograr compatibilidad, y es lógico.
Se dice “que la verdad
duele”, pero eso no es cierto. Sólo duele que la ilusión que se tenía se vea
desmantelada.
Solemos ver en la otra
persona no lo que es (la verdad) sino lo que creíamos que era.
Con una nueva conciencia, he
llegado a entender que la verdad sólo sabe curar, y los que se resisten a ella,
se resisten a la curación.
La más bella contraparte de
la traición que he podido comprender, es que con el tiempo sólo trae la verdad,
con ello nos dolerá haber
perdido la “ilusión”, pero es sublime “darnos cuenta de la verdad” para así
curarnos y poder sacar esa manzana podrida de nuestra canasta y, de esa manera,
poder continuar en paz.
Esa es la bella consecuencia
de encontrarnos con la verdad: experimentar paz, que es incompatible con la
desconfianza.
Si no te gusta la verdad que descubriste,
no es problema de la verdad, sino tuyo.