En su «Viaje al centro de la Tierra» (1864) Julio Verne imaginó un océano en el interior de nuestro planeta. Aunque no en forma de agua líquida, como lo visualizó el escritor francés, el agua podría estar «atrapada» en minerales de la corteza terrestre, en la llamada zona de transición entre los mantos superior y el inferior, a una profundidad de entre 410 y 660 kilómetros. Así lo han creído siempre los geofísicos, pero nadie hasta ahora había podido demostrar la existencia en la Tierra de este mineral, conocido como «ringwoodita», una forma del olivino formado a alta presión y que hasta ahora solo se había encontrado en meteoritos.
La confirmación de la teoría la han hecho investigadores de la Universidad de Alberta (Canadá), que han identificado una muestra de «ringwoodita» dentro de un diamante hallado en Brasil. El diamante, que se encontró enterrado en el lecho de un río, habría sido «empujado» a la superficie de la Tierra por una roca volcánica llamada «kimberlita», la más profunda de todas las rocas volcánicas, según detallan los investigadores en el último número de «Nature».
Se cree que la «ringwoodita» existe en grandes cantidades bajo altas presiones en esa zona de transición entre el manto superior y el inferior. Este tipo de minerales tienen un alto contenido en agua -en concreto en la muestra encontrada el agua representa el 1,5% de su peso-, por lo que el hallazgo viene a demostrar que hay una gran cantidad de ella en lo profundo de la Tierra: se calcula que toda el agua de los océanos juntos. El autor principal de esta investigación, Graham Pearson, así lo asegura: «Esa zona en particular en la Tierra, la zona de transición, podría tener tanta agua como todos los océanos del mundo juntos».
El hallazgo de la muestra de este mineral tan inusual se produjo en la zona de Juína (Mato Grosso, Brasil) en 2008 de una forma casi accidental, según Pearson. «El diamante fue comprado a mineros locales en Brasil en 2008, pero la inclusión de la “ringwoodita” no se descubrió hasta los trabajos de investigación en 2009», explicó ayer Pearson a ABC. «Fue casual que un estudiante de mi equipo, ahora el Dr. John Mc Neill, encontrara la inclusión mientras estábamos buscando otros minerales que nos permitieran determinar la edad de los llamados diamantes super-profundos. En cambio, encontramos algo mucho más fundamental, y que pone de relieve el valor de hacer ciencia básica».
Y es que el diamante, de 3 milímetros de ancho por 5 de largo, de aspecto sucio y de poco valor comercial escondía la sorpresa de la «ringwoodita», que es invisible a simple vista, por lo que «realmente fue un golpe de suerte, como ocurre con muchos descubrimientos científicos». Después han sido necesarios años de análisis hasta llegar a la confirmación oficial de que es «ringwoodita».
Según explica Hans Keppler, de la Universidad de Bayreuth, en Alemania, «hasta ahora, nadie había visto nunca “ringwoodita” procedente del manto terrestre, aunque los geofísicos estaban seguros de que debía existir. La mayoría de la gente, incluido yo, nunca esperábamos ver una muestra de este tipo, pues las muestras de la zona de transición y el manto inferior son extremadamente raras y sólo se encuentran en algunos pocos diamantes muy inusuales».
Lo curioso es que en este abrupto viaje de cientos de kilómetros el mineral no perdiera sus cualidades originales. Según explica Keppler, incluso dentro de un diamante la disminución de la presión ambiente a medida que éste sube hacia la superficie terrestre provoca que la «ringwoodita» se convierta de nuevo en olivino. Sin embargo, en el diamante estudiado por Pearson y sus colegas ésta permaneció en su estructura original, lo que sugiere que el transporte del diamante a la superficie debió haber sido extremadamente rápido, posiblemente causado por una erupción volcánica explosiva, alimentada directamente por el magma producido en la zona de transición.
Para Graham Pearson, una autoridad mundial en el estudio de las rocas que albergan diamantes super-profundos, el descubrimiento se encuentra entre los más importantes de su carrera y viene a confirmar 50 años de trabajo teórico y experimental de geofísicos, sismólogos y otros científicos que tratan de entender la composición del interior de la Tierra.
Los científicos han estado profundamente divididos sobre la composición de la zona de transición y si está llena de agua o se trata de un desierto. Saber qué existe agua bajo la corteza tiene implicaciones para el estudio del vulcanismo y la tectónica de placas. Según concluye Pearson, «una de las razones de que la Tierra sea un planeta tan dinámico es la presencia de un poco de agua en su interior. El agua cambia el modo en que un planeta funciona».
Araceli Acosta