Las memorias me remontan al año pasado. El último año de mi vida en el colegio, con tantas expectativas, tantos interrogantes, tantas ilusiones, tantas metas. Pero no imaginé encontrarme con lo que me encontré precisamente: el enamoramiento.
Y seguro que en incontables ocasiones me habré fijado en alguna que otra chica. Incluso en el colegio, ya había percibido una sensación similar… Pero jamás sentí algo como lo que siento ahora, nunca supe qué se siente al llevar lo que llevo ahora en el corazón.
Ya te había visto en cuarto, pero estoy seguro de que mis ojos no vieron a la misma persona. Para mí fue como ver por primera vez a alguien, alguien muy especial. En efecto… Ya te había visto, pero nunca antes te había mirado.
Yo no había tenido la dicha de observarte. Mis ojos brillaron desde el primer instante “Qué chica tan bonita”, suspiré entonces. Me sentí absolutamente atraído por ti; por tu mirada, tus ojos, tu sonrisa, tus labios, tus cabellos, tus brazos, tus piernas… Tu manera de caminar, tu voz tan…
Aun a día de hoy no sé cómo explicar la forma de tu voz. Me encanta. Cada fonema que llegaba volando hasta mis oídos me llevaba a un mundo paralelo, me hacía soñar despierto, como si nada más existiera… Solo tú. ¡Cuántas veces me contuve al escucharte! Cuántas veces me hablaste y tuve que responder lo que sea, porque si me dejaba llevar por ella, seguramente hubiera murmurado “Más”…
Cuando me miras a los ojos, me siento como un ave sin alas… Como un pez sin aletas, como una fiera sin garras… Todo lo que acontece en mi cabeza, no tienes idea… Posees la mirada más profunda, cautivadora y hermosamente tenaz que jamás he visto. Es un rasgo muy poderoso en ti; no sabes lo incapaz de reaccionar que me deja el hecho de mirarte.
Pero es una tentación sofocante, asfixiante, a la cual no puedo resistirme. Tantas veces lo intenté y fracasé… Siempre cedí a las súplicas de mis ojos sedientos de contemplar tal milagro… Con ansias de quedar pasmados frente al espectáculo de tu mirada.
Y yo, cual náufrago que divisa una nave en el mar tras una vida aislada, lloro por dentro de emoción; lloro por el tiempo, por la soledad, por mi propia odisea, por la ceguera y por mi fortuna. Porque antes me sentí sólo, ciego, desdichado… Luego de someterme a tu mirada, me siento un iluminado. Me siento un girasol a mediodía, un astro en nacimiento, un héroe de epopeya… Me siento con vida.
Pero es, quizá, en las noches cuando más despejados encuentro los cielos. Cuando más me acuerdo de ti, cuando más te pienso y te veo en mi mente. Es cuando más seguido pronuncio tu nombre, tu hermoso nombre. Y no me arrepiento. No me arrepiento de lo que siento. Para nada.
Me siento orgulloso de haberte conocido, de haber compartido ciertos momentos escolares. De haberte ayudado cuando pude pero sobre todo, de que me hayas pedido ayuda. A mí. Esto es trivial, claro, pero ahora que no puedo verte ni escucharte, añoro esos capítulos fugaces… Esas escenas inéditas, irrepetibles… Pero indelebles para siempre.
Tú vivirás siempre en mis memorias, en mi corazón y en mi mente. Y aunque no volviese a verte, regaría este sentimiento todos los días… Porque no permitiría que llegara a marchitarse... Nunca.
Eres la protagonista de mis historias, mis sueños, mis visiones… No concibo un final feliz para mi vida en el que no estés presente. Y es cierto, todos tenemos metas… ¿Sabes cuál es la mía? Mi meta eres tú.