El titular del periódico decía: No Hay Fin al Ciclo de Venganza en el Medio Oriente. A raíz de bombardeos suicidas y represalias militares, el artículo hablaba de un hombre de 28 años consumido por la venganza de la muerte de su tío. «Cuando matan a alguien a quien tú quieres –dijo– no puedes dormir; tienes que hacer algo.» Pero incluso después de matar a dos hombres a quienes él consideraba enemigos, todavía no se sentía satisfecho. Nadie puede ganar tratando de empatar.
¿Hay en tu vida un ciclo de venganza hoy? Tal vez sea una batalla verbal constante con un compañero de trabajo, tu cónyuge o un hijo. Puede ser una lucha encarnizada con un vecino o con alguien de la iglesia. Sea lo que fuere, nuestro Señor quiere que termine.
La venganza es un arma de un poder tan devastador que sólo Dios puede manejarla. Él dijo: «Mía es la venganza, yo pagaré» (Romanos 12:19). El arma que Él nos ha confiado es la bondad: «Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber. . . . No seas vencido por el mal, sino vence con el bien el mal» (vv.20-21).
Esto no significa que no debamos apelar a las cortes pidiendo justicia en algunos casos. Pero puesto que Dios es justo, no tenemos que pagar personalmente a los que nos hacen daño. Con bondad y amor, podemos poner fin a la venganza. –David McCasland