Nos han inculcado una “vergüenza crónica por nuestro cuerpo”, nos sometemos a pensamientos perfeccionistas en los que se le rinde culto al cuerpo y nos vemos vulnerables si no poseemos una figura que despierte todas las miradas.
Pero lo cierto es que no tenemos que parecernos a las modelos de televisión y tampoco tenemos que seguir las pautas sociales que nos dicen el cómo lucir.
La belleza es múltiple y se encuentra en cada milímetro de nuestra piel: todas somos seres humanos perfectas, fuimos diseñadas con una precisión tal, que cada una de nosotras es única e irrepetible. Nuestro cuerpo es un templo de majestuosidad y vida: tenemos unas manos con las cuales podemos acariciar, unos ojos que nos permiten contemplar el mundo, unos pies que nos ayudan a caminar en búsqueda de aventuras y una mente que desconoce los limites…
Entonces, ¿por qué creer que nuestra hermosura radica en tener un abdomen de “chocolatina”, un cuerpo tonificado o una cintura bien formada? Éstos solo son “atributos” de las muñecas de plástico… Y nosotras no somos eso. Somos personas de carne, hueso y mucho más, mujeres que no dudan en disfrutar de la vida y de las experiencias que se encuentran a la vera de la misma.
¿Qué importa si tenemos rollitos? ¿Qué importa si tenemos llantitas o bananos? ¿Qué importa si somos muy flacos y tenemos narices y ojos grandes? ¿Qué importa? ¿Acaso eso nos hace malas seres humanas? ¿Acaso eso nos hace mejores personas? Las marcas de nuestro cuerpo son una muestra de que nos hemos dedicado a deleitarnos del camino y no nos hemos quedado encerradas en una caja, un gimnasio o un spa.
La verdadera belleza es imperceptible, es aquella que viene del alma y no de la apariencia física; quizás alguien puede ufanarse de sus 90-60-90, y quizá se gane todas las miradas pero… ¿y qué más gana? Nada, pues por lo general este tipo de personas son como porcelanas, muy adornadas por fuera pero vacías por dentro, ya que sólo se han esforzado por verse bien y no por SENTIRSE bien. Lo verdaderamente importante no es como luce tu cuerpo, pues sólo es un vehículo que te sirve para deambular por este mundo. Lo verdaderamente importante es el cómo luces tu alma, pues ésta llena de esplendor a tu corazón y al de las personas que te rodean.
Todo lo físico se desvanece, la piel tersa pronto se llena de arrugas, el oscuro cabello pronto se tiñe de blanco, los pasos rápidos van cambiando de ritmo… Pero hay algo que siempre perdura y florece con los años, hay algo que renace en cada otoño, hay algo cuya inconmensurable belleza sólo puede apreciarse con los ojos del corazón… Y ese algo es la hermosura de un alma sincera que no se deja corromper por las banalidades de esta sociedad. Puedes encontrar cuerpos acordes con lo que se dice “atractiva”, siempre habrá alguien que supere los estándares y siempre existirán quienes están por debajo de ellos… Pero lo que debemos valorar no son cuerpos… ¡son mentes, son corazones, son almas! Cierra los ojos físicos para valorar a la belleza que no miente ni se deteriora…
Quien sólo se fija en superficialidades, sucumbirá ante un espejismo… Quien se fija en la grandeza de un alma, vivirá mil y una eternidades de amor y esperanza…