Hay muchos “te amo” que quisiéramos habernos atrevido a decir… muchos “te quiero”, “te aprecio”, y “te valoro mucho, amiga”…
Palabras que se quedaron retenidas en nuestro corazón, que por algún motivo no llegamos a decir.
Las cosas hay que decirlas ahora, cuando tenemos la oportunidad, para no lamentar más tarde el no haberlas dicho…
Cuando vivimos callando lo que anhelamos decir, cuando no aprendemos a expresar lo que sentimos, cuando no podemos ir más allá de nuestras monosílabas respuestas, cuando decir “te quiero” y “te extraño” exige un esfuerzo sobrenatural que no queremos hacer; cuando no decimos; cuando simplemente habitamos el espacio del silencio, todo lo pensado, todo lo sentido no va a ningún lado; queda en nosotros.
Ahí en nuestro cuerpo interior habitan los “te amo” no atrevidos y renegados; los “perdóname” influenciados por el orgullo, los “nunca más” acobardados por el miedo, los “no sé” ignorados por el afán de sobresalir, “ los “NO” fusilados por la aceptación.
En nuestro mundo privado se quedan todas las palabras, las oraciones, las frases que no alcanzamos a pronunciar por tristeza, amor, cobardía o vergüenza.
Y el hecho de no pronunciarlas no evita su existencia; aunque no salgan a la luz de sus revelaciones, a plasmarse en los oídos de los otros, viven igual desde el momento en que fueron sentidas y en nuestro sentido le dimos “forma”.
Porque el hablar no es inocente, y el callar tampoco. Son actos que más allá de las diferencias que proclaman, coinciden en que ambos comunican. Y no decir, también es decir mucho.
Pero volviendo al paradero de lo que “no decimos”… ¿En qué se convierten esos sentimientos enmudecidos? ¿Por qué lo callamos?
Muchas veces elegimos no decir algo por vergüenza, timidez o exposición, en este caso, lo que las personas por lo general callan son expresiones o declaraciones de amor como “Te amo”, “Te quiero”, “Te extraño”; las conversaciones internas que manejan la decisión entre decir o callar se relacionan con el rechazo, con la postura que puede adoptar la otra persona, con lo que va a pensar, o la puerta que se abre desde una declaración de tal magnitud.
Para las personas que han crecido con la creencia de que “sentir amor” es mostrarse vulnerable, y por ende débil, hacer confesiones de este tipo los deja “expuestos” a la merced del otro. Por eso prefieren callar, ocultar la emoción, mutilar el encuentro. No vaya a ser que ese que me ve luego se burle de mí, no vaya a ser que el otro me diga que no me extraño o no me quiere o no me ama, no vaya a ser que quede como un tonto/a frente a ese, no vaya a ser que después de decir algo lindo se crea con derecho de hacer lo que quiera conmigo.
En otras oportunidades el silencio es el chivo expiatorio perfecto frente al temor, a las consecuencias de la reacción del otro. Decir “basta”, “no”, o “yo quiero esto” son establecimientos de límites que la persona que “calla” cree no merecer ponerlos o dicho de otra forma, siente que no sabe cómo ponerlos. Y se cuenta la historia de que “no dice” nada para evitar conflictos. Simplemente porque se confunde la palabra “límite”, un límite es una marca, una punto de partida o de llegada, una señal, no debería ser vivido como algo negativo o generador de malos entendidos. Es la propia autodefinición.
Quien sabe poner límites, sabe respetar los propios y los ajenos, y los establece desde una esfera de confianza y amor. Quién no sabe lo hace desde la violencia, desde el grito, desde la imposición.
Pero sea lo que sea que callemos, todo eso sigue en nosotras; en nuestro organismo, mente, corazón/alma, intelecto; es una fuente de energía subyugada que se va transformando y convirtiendo en enfermedades, en malos hábitos, en rencores, broncas, odios no resueltos y mal dirigidos; temores, pánicos, vergüenza tóxica, patrones repetitivos, insolencia, impotencia, frustración, inseguridades, desencanto, miedo a las relaciones, al compromiso, falta de esperanza, incapacidad de entrega, falta de comunicación.
Lo que no decimos en tiempo y en forma, se queda en nosotras y se va esparciendo en los pensamientos, en las preguntas sin respuestas, en los aires melancólicos, en los arrepentimientos, en las circunstancias que boicotean nuestros proyectos actuales.
No podemos vivir con tantas palabras encima, porque todas ellas nos pesan, nos tiran para abajo, son experiencias paralelas, posibilidades que teníamos, que abortamos; y que quedaron en nosotras como fantasmas que recuerdan lo que no sucedió.
Todo lo que callamos habla; y dice de nuestra “poca auto confianza y respeto”, del escaso valor que hemos tenido para defender un proyecto o una relación; de la insuficiente estima que tuvimos para expresar lo que sentimos y quienes somos.
Piensa en todas esas cosas que no has pronunciado, ¿qué distinta sería tu vida si lo hubieras hecho? ¿Qué oportunidades perdiste? ¿Qué precios emocionales has pagado por eso?
¿Cuántas veces postergas un te amo o un te quiero, para mañana porque hoy no hay tiempo, hay que hacer demasiado? ¿Crees que siempre tendrás un mañana para amar? ¿Crees que siempre el otro estará a expensas de que organices tu agenda y puedas decirle te quiero/te amor? Y qué me dices de esas cosas que te lastiman ¿Cuándo dirás basta al maltrato? ¿A la desidia? ¿A la indiferencia? ¿Cuándo vas a empezar a decir lo que te sucede, lo que te duele?
La vida es ahora, mañana puede ser demasiado tarde. Di lo que sientes, forma parte de ti. No te avergüences ni sientas humillada. Si es amor, expresarlo es maravilloso. Si es la constancia de un límite o un adiós, expresarlo te aliviará las penas.
La vida es ahora, mañana puede ser demasiado tarde. Di lo que sientes, forma parte de ti. No te avergüences ni sientas humillada. Si es amor, expresarlo es maravilloso. Si es la constancia de un límite o un adiós, expresarlo te aliviará las penas.