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.Una mañana un padre perdió los estribos en una de esas situaciones irritantes que suelen suceder en la vid. Derramó sus frustración y enojo en su hijo, que parecía ser el blanco más cercano.
En el transcurso del día, mientras él y su hijo estaban pescando, comenzó a sentirse culpable por lo que había dicho y hecho. Y comenzó así:
-Hijo, esta mañana estaba un poco impaciente.
-¡Ajá! -murmuró el hijo, recogiendo la línea en su riel para luego volver a arrojarla.
El padre continuó:
-Eh… reconozco que debió ser difícil estar cerca de mí.
-¡Aja! -fue todo lo que el hijo murmuró de nuevo.
-Quiero… quiero que sepas que… me siento mal por lo ocurrido -prosiguió el padre.
Luego, agregó con rapidez para justificarse.
-Pero tú sabes, hijo, hay momentos en los que soy así.
-¡Ajá! -solo dijo el niño otra vez.
Pasaron unos segundos hasta que el niño le dijo a su padre:
-¿Sabes, papá? Dios te usa a ti para que nos enseñes a todos en la familia a tener paciencia.