LA GOLONDRINA AGRADECIDA ::
Aquella noche Almendrita no podía dormir, pensando en la golondrina muerta. Se levantó y tejió un lindo tapiz de pasto y se fue a la bóveda del topo y cubrió con él al pájaro yacente. Luego le puso a ambos lados un poco de algodón que había encontrado en la casa de la Rata, para preservarlo del frío de la tierra.
- ¡Adiós, pájaro lindo! - le dijo -. Te estoy agradecida por la hermosa canción con que me divertías durante el verano, cuando yo podía calentarme al sol.
Al decir esto, apoyó la cabeza sobre al pecho de la golondrina y se levantó asombrada al sentir una ligera palpitación del corazón del pajarito, que en realidad no estaba muerto sino aterido de frío. El calor prodigado por la niña lo había resucitado.
Sabrán ustedes que durante el otoño las golondrinas emigran a los países cálidos y que si alguna se detiene en el camino el frío termina por voltearla como muerta. Comparada con ella, cuya altura no excedía de una pulgada, la golondrina parecía un ave monstruosa. Por ello se asustó un poco al notarla con vida, pero la buena intención le dio ánimo, y apretó el algodón alrededor del pájaro, fue a buscar una hoja de menta que ella usaba como sábana y se la puso sobre la cabeza.
Cuando a la noche siguiente fue a ver a la golondrina, la encontró resucitada del todo, pero tan débil que apenas pudo abrir los ojos para mirar a la niña.
- A ti te debo la vida - le dijo la golondrina -, pues le has dado a mi cuerpo el calor que necesitaba. Dentro de poco habré recuperado las fuerzas, y podré reanudar el vuelo calentándome a los rayos del sol.
- Por ahora no debes pensar en eso - le replicó Almendrita-. Afuera hace mucho frío. Hasta que no venga la primavera, debes quedarte aquí. No te preocupes, que yo te cuidaré.
Como el pajarito le manifestara que tenía sed, le llevó agua en el pétalo de una flor. La enferma bebió y le contó que, habiéndose lastimado una ala en una planta espinosa, no había podido seguir a sus compañeras a los países de clima cálido. Muerta de fatiga, había rodado por tierra con el conocimiento perdido hasta que recibió la ayuda de la niña.
Mientras duró el invierno y sin que la Rata ni el topo lo supieran. Almendrita atendió a la golondrina amorosamente. Y cuando llegó la primavera, el pájaro, que había recuperado todas sus fuerzas, se despidió de la niña y salió por el agujero practicado por el topo en el techo, que Almendrita había destapado. La golondrina, agradecida, le dijo a su bienhechora que la acompañase al bosque sentada sobre sus espaldas; pero la niña, considerando que su ausencia causaría mucha pena a la rata, que tan bien se había portado con ella, no aceptó el ofrecimiento.
- Entonces, ¡adiós! - le dijo el pajarito, elevándose hacia el cielo. Y agregó cuando ya estaba fuera -: Cuenta con mi eterno agradecimiento.
Almendrita se quedó muy triste. Para colmo, no podía salir a calentarse al sol, porque el trigo brotaba alto sobre la casa de la rata, formando un bosque tupido e impenetrable. Y un día le dijo la dueña de casa:
- Conviene que vayas preparando tu ajuar. El señor Topo ha pedido tu mano y para casarte con él debes estar bien provista.
La niña, resignada con su suerte, tomó la rueca, y la rata contrató como obreras a cuatro arañas, que eran grandes tejedoras. Todas las tardes el topo las visitaba y les hablaba del horror del verano, por lo que la boda no se realizaría hasta bien entrado el otoño.
Almendrita todos los días iba a presenciar la salida y la puesta del sol desde la puerta de la cueva, viendo el cielo a través de las espigas que agitaba el viento. Admirando la naturaleza, pensaba mucho en la golondrina, pero debía de estar tan lejos, que posiblemente ya no la volvería a ver. Pasaron los meses, llegó el otoño y la niña vió terminado su ajuar. Y un día le dijo la rata:
- Dentro de cuatro semanas te casarás con el señor Topo.
Almendrita lloró, pues la asustaba aquel individuo tan fastidioso y aficionado a la oscuridad.
- No te pongas así - le dijo la rata -. Considera que se trata de un buen partido. Si te afliges, me enojaré y te daré un mordisco.
La niña, atemorizada, contuvo su llanto. Y llegó el día de la boda. Se presentó el topo muy contento, dispuesto a llevarse a Almendrita bajo tierra, donde ya no vería nunca más la luz del día, puesto que el que iba a ser su marido no podía soportar los rayos del sol.
La niña, para despedirse de lo que ya no volvería a ver, salió afuera, donde ya habían cortado el trigo.
- Ya no te veré más, lindo sol - dijo, y abrazando una flor -: ¡Adiós, amiga mía! Si ves a la golondrina, salúdala en mi nombre y dile que soy muy desgraciada.
En aquel momento oyó un cantito, levantó la cabeza y vio pasar a su pájaro amigo.
La golondrina manifestó una inmensa alegría al verla y bajó para hacerle mil caricias. La niña le contó que la querían casar con un señor muy feo que vivía bajo tierra y que aquel mismo día debía celebrarse la boda a la que concurrirían como testigos algunos sapos y lombrices.
- Como se acerca el invierno - le dijo la golondrina -, debo irme a los países cálidos. Si quieres venir conmigo, puedes subir a mi espalda. Huiremos lejos, muy lejos de ese señor que odia al sol, allí donde el verano y las flores son eternos. Ya que me salvaste la vida cuando yacía en el sombrío corredor muerta de frío, yo te salvaré ahora del peligro que te amenaza. Decídete, no seas tonta.
- ¡Sí, iré contigo! - le dijo Almendrita -. Es cierto que la rata me ha favorecido mucho, pero también es cierto que ahora quería obligarme a casar a disgusto.
Se sentó en la espalda de la golondrina atándose con su cinturón a una de las plumas más fuertes, y enseguida se sintió llevada por encima de los bosques, del mar y de las montañas. Cuando sentía frío, se acurrucaba bajo las plumas calientes del ave, sacando solamente la cabecita para admirar las bellezas del paisaje que se ofrecía a sus pies. Y llegaron a los países cálidos donde la viña brota en todos los surcos, donde hay bosques enteros de limoneros y naranjos y donde las más maravillosas plantas exhalan embriagantes perfumes.