Una flor roja en la sábana
germina a la mujer que dormía en ti.
La niña se pierde en la distancia
en el país donde las muñecas son reinas,
caramelos los sueños, magos los padres.
Una rosa en la nieve de tu cama basta
para tintar de escarlata tu mirar
y tu reír y tu soñar y tu discernir
y la nueva ventana que ya son tus ojos
repentina se abre de golpe a la luz.
Pasa el tiempo, galopan los años
apenas queda rastro de la niña que guié
cogida de la mano, protegida entre gigantes
bajo el eterno paraguas de mi amor
padre, siervo y bufón. Jamás señor.
Y llegará ese día, hostil instante
cuando tu corazón estalle, ardan tus sueños
sientas todo el peso de la vida y no esté yo.
Llorarás entonces, quebrarás la voz
sangre de mi sangre, pulso de mi corazón.
Sean ese día mis palabras tu pañuelo
escritas en el cielo, en el aire, en el sol
capaces de consolar cualquier sufrimiento
porque mi ausencia no existe:
estoy aquí, a tu lado, mi princesa, mi amor
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