Había una vez una niña que había crecido rápidamente , no solo su cuerpo sino también todo el resto. A los 8 años se le pedía que fuera servicial, atenta y razonable, que no se quejara, que no se enojara, que no fuera caprichosa, ni exigente. Simplemente que fuera grande. Los padres simplemente le pedían que los complaciera. Solamente te pedimos esto, sé buena, sé obediente. Esto no es difícil.
Como esta niña nunca se había animado a pedir, jamás se había decepcionado, tampoco sabía si estaba feliz o no. Nunca había llorado. No tenía deseo propio. En realidad su deseo era cumplir el deseo de los otros. Ahora bien a decir verdad antes de irse a dormir, cuando se quedaba en su cuarto a solas y oscuras cierto sentimiento de injusticia afloraba tímidamente del fondo de su corazón. Le gustaba imaginar que existía un país donde los niños pequeños podían ser pequeños durante mucho tiempo, un país donde los padres escuchaban los deseos de los niños aunque no siempre se realizaban, un país donde los niños podían jugar a ser grandes, pero solo jugar a ser grandes. Muchas noches ella imaginaba que partía a ese país con un bolso repleto de sueños, de juegos y de sonrisas. Con el tiempo se hizo grande de verdad , y llegó el día en que cumplió sus 40 años, entonces , recién entonces se animó a ser chica, para animarse a tener deseos imposibles, a llorar y reír , animarse a hacer tonterías. Un día su propia hija le preguntó:- Es verdad que nunca pudiste ser pequeña cuando eras chica?. Es verdad, viví como si jamás hubiera tenido el tiempo y la posibilidad de ser pequeña, muy pronto crecí y hoy recién lo comprendo. Todo pasó como si mis propios padres no hubiesen tenido el tiempo de crecer cuando ellos fueron niños y que yo debía ser grande por ellos. A veces ocurre que las ex pequeñas niñas deben esperar mucho mucho tiempo para animarse a ser finalmente pequeñas.