Le entró un miedo atroz al oír su pregunta, porque le recordó un tiempo lejano que había querido enterrar. Sus palabras todavía le retumbaban en sus orejas pequeñas y redondeadas.
— ¿Qué harías sin mí? –le había preguntado su amigo Chus rodeándole cariñosamente la cintura-.
Nieves le miró sonriendo con un tic nervioso que le agitaba las aletas de la nariz, intentando disimular el remolino que giraba en su interior, desordenando a su paso sus sentimientos más íntimos.
— Chus, esa no es la cuestión –le cortó clavando sus pupilas en las suyas-. La pregunta es, ¿qué hago yo contigo?
Su contestación le hirió en lo más profundo, y cabizbajo, se separo de ella torpemente. Chus no comprendía, por qué Nieves siempre se resistía a sus encantos. Aquella mujer era tan irresistiblemente esquiva, cuando él desviaba el tema hacia otro tema que no fuese su profesión. Chus creía que la conocía; sin embargo, desconocía el misterio que escondía entre sus silencios. En el fondo, el hombre intuía que mentía más cuando sonreía, como lo estaba haciendo ahora, cuando sus labios dibujaban esa curva que arqueaba sus labios carnosos y sugerentes. Nieves le miró con una ceja levantada y le preguntó intentando suavizar el tono de su voz que sonó demasiado melosa:
— ¿Ya has terminado?
— Ya te enviaré la factura –le espetó finalmente el hombre, soltando el aire de sus pulmones de manera cansada y de mala gana.
— Chus, gracias por haber venido. Si no llegara a ser por ti… -intentó remediar la mujer su aire disgustado-.
El hombre se encogió de hombros lentamente, y cargó su caja de herramientas en una mano. Un escape de agua le había arrebatado el sueño aquella madrugada, pero lo que le hizo correr hacia el encuentro de aquella mujer, es que la voz de alarma la había dado Nieves. La dama fría, como le llamaban los camareros y algunos clientes de aquel bar que frecuentaba Chus, le necesitaba en mitad de aquella noche helada y oscura.
***
Cada día, Nieves desayunaba en un rincón de aquel bar, absorta y perdida en sus pensamientos. Solía leer la prensa atrasada con atención, como si buscase alguna noticia que se le hubiese pasado. Veinte minutos tenía de descanso antes de volver a la oficina donde trabajaba. No se le conocía marido, ni pareja alguna, en aquel pequeño pueblo de mala muerte en la que Nieves había aterrizado dando un pequeño empujón a la imaginación masculina de aquel remoto lugar. Rápidamente se había instalado en un piso de ocasión, y se dedicaba a ir de casa al trabajo, y del trabajo a casa, moviendo tímidamente las caderas y con expresión de no haber roto nunca un plato.
— Qué mujer más aburrida -pensaban en voz alta las vecinas cuando vislumbraban su figura a través de los finos visillos de sus casas.
— Es tremendamente peligrosa –alertó finalmente una chica al haber oído como su marido se confundía al llamarla con el nombre de la dama fría-.
— Sí –dijo otra afectada- se cuela en los pensamientos más íntimos de nuestros esposos-.
— ¿Qué podemos hacer? –preguntó una joven que temía que su futura boda se cancelase por un posible resbalón de su novio-.
— Le tendremos que buscar un novio que la controle.
— ¿Algún candidato?
— Tu hermano, Chus, por ejemplo –dijo la más atrevida-. Está recién divorciado de aquella pelandusca que le puso los cuernos.
— Mala mujer, ¡qué poco quieres a mi hermano! –respondió la hermana de Chus-.
— Pues si es por su bien… Nieves es más bien monjil, pero despierta el instinto sexual más caníbal de los hombres –se rió quién había tenido la ocurrencia-.
— ¿Y cómo lo hacemos?
Todas se encogieron de hombros. Menos una, que parece ser que tenía arte de celestina.
— Reventaremos una tubería del piso de Nieves y así Chus podrá reparársela.
— ¿Y si llama a otro fontanero? –preguntó tímidamente una muchacha con coleta-.
— Caray, si en este pueblo sólo conozco a Chus de fontanero. Días antes le daremos una tarjetita inocentemente con su teléfono.
— ¿Y si Chus se niega a acudir a su casa?
— Eso no pasará, la tentación de tomar a Nieves, seguro que le puede más.
Manos a la obra se pusieron las mujeres de aquel diminuto pueblo, pues su dignidad pendía del hilo de una triste bombilla que escasamente iluminaba.
Unos días después, en el bar, Rita se encargó de alabar las hazañas de su hermano Chus con las tuberías:
—A cualquier hora, está Chus para lo que puedas necesitar –y le tendió a Nieves una tarjetita impresa-. Sabemos que vives sola y nunca se sabe…. –y dejó la frase suspendida en el aire durante unos instantes-.
Carlota, la dueña del bar, miraba a Rita y a Nieves divertida, y se decidió a intervenir con las siguientes palabras:
—Yo siempre tengo una tarjetita de esas pendida en la nevera con un imán. Chus siempre acude, ¿verdad, campeón?
Chus asintió sorprendido, al ver cómo aquellas mujeres le alardeaban más de la cuenta, y se sonrojó mínimamente.
—Toma –le dijo Carlota mientras le acercaba la cuenta a Nieves-. A los buenos clientes se les premia con un imán, para que cuelguen de su nevera lo que les venga de gusto.
Aquella mañana Nieves salió de allí con una tarjetita en su bolso y un imán para colgarla, después de haberse zampado un donut y haberse bebido su café con leche habitual.
Helena Sauras
Continuará ....
***