Después de diversos reventones por parte de las vecinas, Chus y Nieves se acabaron haciendo amigos.
— Son muy frágiles esas tuberías –le decía Chus que no comprendía cómo podían haber tantos escapes en tan poco tiempo.
— ¿No será que no acabas de arreglar la fuga?
Chus negaba automáticamente con la cabeza.
— ¿Dudas de mi profesionalidad? –le decía al fin, un tanto enojado-.
— No, pero siempre se me acaba inundando alguna parte del piso –se quejaba ella-.
— Debiste dudar de su precio al comprarlo. Los chollos no existen, Nieves.
A pesar de todo, Chus se ilusionaba cada vez que veía que Nieves le necesitaba. Sentía un pálpito fuerte en su cuerpo, en su zona más ardiente, pero siempre se acababa yendo con el rabo entre las piernas, nunca mejor dicho. Nieves, como mucho, le invitaba a una cerveza al terminar que se bebía con avidez al negársele la bebida de sus labios. La que él siempre ansiaba. Hablaban de cosas sin importancia, el tiempo pasaba tan natural precipitándose y absorbiéndoles mientras compartían sus aficiones, rompiendo la rutina de aquel pueblo tan aburrido. Chus era un hombre más que herido en su ego; Nieves siempre se comportaba de una manera tan fría como la nevera en donde pendía la tarjeta de los servicios que él ofrecía. Aún así, se tenían uno al otro, y compartían su compañía.
Durante aquellas repetidas averías, nunca existió contacto entre ellos, ni un simple roce, aunque Chus lo anhelaba ciegamente. Aquella madrugada él se envalentonó, obvió lo que temía que podía ocurrir, y la agarró por la cintura mientras le preguntaba qué haría sin él. Nieves dio un respingo al sentir sus manos cálidas, porque temió que subieran a aquel recóndito lugar, donde ya no podía mirar, porque sus ojos se desbordaban como un grifo. Chus no temía un rechazo, sino que lo que le daba miedo era no estar a la altura, perder la compostura como le había ocurrido frecuentemente con su ex mujer. Tantas veces había perdido su erección, por la simple vergüenza de acudir a un urólogo que les aconsejara y guiara hacia una posible solución, que su mujer había acabado sustituyendo sus tercas negativas, refugiándose en otros lugares más placenteros.
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—Si no llegara a ser por ti… -le repite Nieves desde el umbral de la puerta que todavía está cerrada-.
Chus se gira para mirarla. Una lágrima tiembla deslizándose por su cara y tiene ganas de besarla para ahuyentarla. Nieves se derrite entre lágrimas porque una vez le ha salido la primera, otras surgen a chorros.
— ¿No tienes solución para ese escape? –le preguntó Nieves intentando bromear por su estado y señalándose sus ojos inundados-.
Chus niega con la cabeza sin apartar la vista de sus lágrimas.
— ¿Qué te ocurre, Nieves?
— Por un momento pensé que me abrazarías y…. tuve miedo…. de esto…
Su voz femenina se entrecorta de golpe, mientras sus manos deshacen el nudo de su batín celeste con un movimiento firme. Nieves se desnuda ante Chus. Tantas veces había soñado él con ese momento, que ahora que está pasando, siente el impulso de huir por miedo a un posible fracaso. Tener ganas de dormirse entre sus pechos es uno de sus mayores deseos, cuántas veces había sentido su tacto entre paisajes oníricos, altamente volátiles, que se esfumaban ante el ruido impertinente de un despertador.
— Siento que no estés preparado para esto. Yo tampoco lo estoy –continúa Nieves-.
El gesto asombrado y parado de Chus, al ver sus pechos imposibles de describirlos ni con mil palabras.
— ¿Quién fue? –se atreve a preguntar Chus apartando la vista de sus pechos corroídos, sin atreverse a señalarlos-.
— Fui víctima del trato de blancas. Una promesa, un mundo más digno, una hipoteca de por vida. Antes de lograr escapar y que se desmantelara la red en la que había caído, mi chulo me regaló una gran chorretada de ácido sobre mis pechos. Al día siguiente desperté en un hospital, volví a nacer y cambié mi identidad. Elegí Nieves por ser el que más se adecuaba a mi nueva condición, y me prometí que jamás volvería a amar.
Una sonrisa agridulce e irónica cruza por su cara, y continúa con su historia sin interrumpirse:
— Era la pechitos de terciopelo, así me llamaban los clientes. Mi foto circulaba por varios periódicos del país ofreciendo mis servicios en la sección de contactos. Mi carrera terminó de una manera abrupta. Lástima que mi chulo tuviese tiempo de arruinarme mi existencia antes de ser detenido y acabar entre rejas.
Su mirada cristalina se ha vuelto vacía mientras acaba cubriéndose otra vez con el batín. Chus la coge de una mano, le aparta un mechón de su cabellera y la besa en la nuca. Un susurro ronco en el oído:
—Nieves, gracias por confiarme tu secreto. Eres la más bella de todas, para mí.
Y la promesa de la mujer de no volver a amar, se truca en aquel momento. Juntos compartirán sus secretos amándose frente a frente, sin pudor alguno. Chus, a la mañana siguiente, decidirá acudir a un urólogo para poder amar físicamente a la mujer de la que se ha enamorado. Entre los dos, tejerán un capítulo en sus vidas de respeto y comprensión ante la mirada de aquellos que envidiarán su gran historia de amor sincera.
Helena Sauras
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