Una niña sufría por las riñas y conflictos diarios de sus padres. Un día acompañó a su madre al cementerio y quedó sorprendida. “Mamá, le dijo, todas las tumbas está llenas de flores, y en todas se lee lo mismo: ‘A mi querido esposo’, ‘A mis queridos padres’... ¿Es que tenemos que morir para empezar a amarnos?”.
El amor hay que demostrarlo en la vida, no esperar a que la muerte arrebate todas las oportunidades. Amar lleva consigo entregarse, dar la vida. El amor que no se da, se pudre. Amar no es dar cosas, es entregarse uno mismo. El que ama no debe poner los pies en la luna y los ojos en las estrellas, sino mirar bien abajo y pisar con firmeza la realidad diaria.
Muchos se sienten emocionados al escuchar una bonita historia de amor. Se confunde con demasiada frecuencia el amor con el sentimiento. “A lo largo del camino que lleva al amor, muchos se detienen seducidos por los espejismos del amor: Si te emocionas hasta las lágrimas ante un sufrimiento, si sientes palpitar fuertemente tu corazón ante tal o cual persona, no es amor, sino sensibilidad.
Si te dejas prender en su poder apacible o en su encanto; si, seducido, te abandonas, no es amor, sino una rendición. Si, turbado, te extasías ante su belleza y la contemplas para gozar de ella; si su espíritu te parece distinguido y buscas el placer de su conversación, no es amor, sino admiración.
Si quieres a toda costa conseguir una mirada, una caricia, un beso; si estás dispuesto a todo por tenerla entre tus brazos y poseer su cuerpo, no es amor, es un deseo violento nacido de tu sensualidad.
Amar no es sentir emoción por otro, sentir afecto sensible por otro, abandonarse a otro, admirar a otro, desear a otro, querer poseer a otro y a los otros”
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