“Era nuestra cuarta expedición a Rapa Nui. En cada una habíamos cartografiado la isla y las cavernas, sorprendiéndonos con una serie de hallazgos.
Pero encontrar en una isla tan pequeña, tan distante, un sistema de galerías naturales de más de seis kilómetros, fue algo asombroso”. Quien habla es Jabier Les, presidente de la Sociedad de Ciencias Espeleológicas Alfonso Antxia, la entidad española que lideró un estudio tan sorprendente como revelador: el descubrimiento en detalles de los secretos de las cuevas de Isla de Pascua, el lugar donde se refugiaban los nativos en sus guerras internas y antes de la llegada de los occidentales.
Hasta hace una década, las galerías subterráneas -las accesibles- suscitaban el interés de operadores turísticos en Rapa Nui y afloraban historias sobre isleños que aún dormitan en sus escondites, emulando la vida de sus antepasados.
Pero Les y su equipo de espeleólogos (exploradores de cavernas), en conjunto con expertos italianos y arqueólogos chilenos, recorrieron los lugares más recónditos del sistema de cuevas, confirmando que es el mayor complejo de cuevas de lava del país y el número 11 en superficie de todo el mundo. “Ha sido una revelación, sabíamos que existían estas cuevas, están ahí hace siglos, pero no se había tomado en cuenta la variedad, cantidad y singularidad”, señala el administrador de Conaf del Parque Nacional de Rapa Nui, Enrique Tucki.
Jabier Les cuenta que las expediciones, iniciadas en 2005, se abocaron al estudio del sector de Roiho (al norte de Hanga Roa), donde se hallaron 45 cuevas con evidencias arqueológicas. Allí encontraron una treintena de osamentas humanas, puntas de flecha, lanzas, hachas, utensilios y petroglifos.
En esos sitios -cuentan los expertos- se refugiaron los pascuenses en el siglo XVI, cuando su cultura estuvo al borde del colapso, por la grave degradación medioambiental y las duras guerras tribales desatadas por la sobreviviencia. “Los usos más conocidos son en los períodos de guerras de tribus, cuando se transforman en cámaras secretas donde se protegían y también como sitio para recolectar agua y realizar cultivos agrícolas”, dice el arqueólogo de la U. de Chile Claudio Cristino, que estuvo en la expedición.
Según Cristino, había 20 mil personas en un medioambiente frágil que, al verse sobrecargado y agravado por hambrunas y sequías, gatilló la crisis social que los llevaría al borde del colapso, al fin de la era de los moai y al inicio del culto al Hombre Pájaro, poco antes de la colonización occidental.
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