Desde la mirilla
- Escrito por Adrian Puente Hernandez
02.30 a.m. Moisés deambulaba nervioso por su apartamento, sin saber en realidad qué era lo que quería hacer. Seguramente porque cualquier cosa que hiciera, sería la repetición de lo que ya había hecho durante las siete madrugadas anteriores. La sensación de déjá-vu era constante. Encendió el enésimo cigarrillo...
En realidad echaba mano del paquete de tabaco cada diez minutos. Teniendo en cuenta que ésta era la quinta noche que no dormía nada, un cigarrillo más o menos le traía sin cuidado.
Cinco noches de insomnio, ocho mil idas y venidas al portátil, ochenta mil aburridos programas de televisión. Volvió a releer sus libros favoritos, hizo abdominales, salió alguna noche a correr por el parque, e incluso se había masturb__ sin ninguna apetencia. Todo en un intento vano y desesperado, dirigido únicamente a caer en los brazos de Morfeo, utilizando, para ello, el método que fuera necesario. Después de tomarse no sé cuántos somníferos sin éxito, sin ningún tipo de sensación soporífera, que le obligara a cerrar los ojos ni durante diez miserables minutos seguidos, aún le quedaba el consuelo de que, al menos, el Orfidal, conseguía el efecto de mantenerle medianamente tranquilo, alejando la desagradable sensación en el pecho de presión y de ahogo, que le producía la ansiedad, por la desesperación que le generaba el llevar tanto tiempo sin poder dormir. Sin duda es una experiencia, que no hay ser humano que la pueda soportar durante muchas noches seguidas sin volverse loco. Y él estaba a punto.
Sus pensamientos rondaban tan dispersos y acelerados por su cerebro, que apenas podía concentrarse en ninguno de ellos ni un solo segundo. Sólo deseaba que llegase la mañana siguiente para acudir a la cita de las doce y diez que tenía programada en la Unidad del Sueño del Hospital de Especialidades de la ciudad. A las once vendría a buscarle Noelia, su novia desde hacía tres años. La pobre estaba más preocupada que él, le había propuesto quedarse esa noche en el apartamento, y hacerle compañía si no conseguía conciliar el sueño, pero Moisés pensó, que con uno que no durmiera, ya era suficiente.
Encendió otro cigarro y se sentó en el sillón individual de cuero marrón, situado frente al televisor encendido. Cambió los canales con cierto automatismo, miraba la pantalla pero no veía lo que en ella se estaba emitiendo. Dejó un programa al azar, donde varias personas jugaban una partida de Póquer, aunque si también al azar, en ese canal estuvieran emitiendo un mensaje político de algún líder chino, le hubiera dado exáctamente la misma importancia, ninguna. Estiró las piernas sobre la mesa baja situada entre él y la televisión, apuró ansioso lo que quedaba por consumir del cigarrillo y lo apagó en el cenicero que reposaba en una mesita redonda de madera, tallada con adornos arabescos, situada a su izquierda, en la que había dejado también el móvil, junto con las llaves y la cartera. Reclinó la cabeza hasta apoyarla en el respaldo del sillón, inspiró profundamente y soltó despacio el aire acumulado en sus pulmones para relajarse, buscó la imagen de Noelia en su aturullado cerebro, intentando visualizar escenas agradables y así dejar que pasaran las horas, para ganarle terreno a la noche.
Escuchó ruidos fuera del apartamento, en el pasillo, cerca de su puerta, el sonido era muy parecido al que producen los tacones de unos zapatos de mujer, pero con un matiz algo más agudo..., como el "clack" seco, que produce la mitad de una castañuela, al chocar contra la otra mitad. Miró la hora en el teléfono móvil, las 03.15. Apagó el televisor, se levantó curioso y caminó hacia la puerta intentando no hacer ruido. Acercó el ojo a la mirilla con cierto sentimiento de culpabilidad por andar metiéndose en asuntos ajenos, pero..., ¡tenía tanta noche por delante...!
La luz del pasillo estaba encendida. El extraño sonido se iba acercando desde el lado izquierdo, desde la escalera. Por su cadencia parecían pasos. Justo delante de su puerta vio pararse a un hombre con una melena larga, hasta rebasar el principio de su espalda, ondulada, de un color castaño rojizo con mechones ocre, que le nacía desde la parte más alta de la frente. El perfil derecho del rostro que la posición de esa persona ofrecía a Moisés, dejaba apreciar una ceja cobriza poblada y larga, la nariz aguileña y huesuda, y unos maxilares muy marcados adornados por una patilla fina que descendía hasta juntarse con una perilla larga y de las mismas tonalidades que su cabello.
Desde la mirilla, la retina de su ojo descendió para seguir escaneando al inesperado visitante, con la excitación de un voyeur..., con la seguridad que le daba el observar a alguien, que no sabe que está siendo observado.
El tipo llevaba una especie de capa negra. Moisés la recorrió a lo largo hasta llegar al final de la prenda, que acababa a la altura de sus tobillos...., parpadeó..., volvió a parpadear... Sintió un temblor en el ojo, un tíc que mandó una especie de corriente al cerebro, provocando que un escalofrío le recorriera el espinazo. ¡Pezuñas!...Ese tío no llevaba zapatos..., ni siquiera iba descalzo, lo que Moisés vio eran... ¡pezuñas... pezuñas de cabra! En ese instante el rostro del hombre comenzó a girarse hacia él, como si supiera que le estaban observando desde detrás de la mirilla. Moisés dejó inmediatamente de mirar, y se echó hacia atrás colocándose las manos sobre la cara, incrédulo.
-¡Esto no puede ser..!- Masculló. Se le escapó una risa nerviosa y continuó hablándose a sí mismo entre susurros. -¡Demasiadas pastillas..., la falta de sueño..! ¡Dios..., creo que acabo de alucinar joder..! ¡Si... eso ha sido..., ha debido ser sólo eso...! ¡Una...jodida...alucinación!- Pauso las palabras, intentando convencerse de que todo era producto de su imaginación.
¡Clack! ¡clac! ¡clack...! El vello de la nuca de Moisés se erizó al volver a escuchar ese maldito sonido. Sus ojos se abrieron asustados, sin apartar la mirada de esa pequeña ventana en su puerta, con vistas al terror. Atemorizado, se acercó de nuevo hacia la entrada, despacio..., muy despacio. Colocó lentamente su ojo en la mirilla.... Un ojo ámbar amenazante, esperaba justo al otro lado, observando.
Moisés retrocedió con el corazón desbocado, se lanzó al interruptor situado junto a la puerta y apagó la luz del salón, quedando todo sumido en una oscura penumbra. Corrió aterrado en busca del móvil, tropezó con la mesa baja y su cabeza golpeó contra el duro brazo metálico del sillón de cuero negro
Quedó unos segundos conmocionado, con medio cuerpo en el suelo y una pierna encima de la mesa baja. Le dolía la ceja izquierda donde había recibido el golpe, se tocó despacio para comprobar los daños. En la penumbra notó, cómo un fino y caliente hilo de sangre resbalaba por su mejilla. Levantó una mano temblorosa para palpar por encima de la mesita redonda de madera buscando el móvil, lo encontró y abrió la tapa. La luz del teléfono iluminó su rostro, sudoroso, desdibujado, pálido, con un rastro rojo emanando de la ceja herida.
¡A quién llamar! ¿A la policía?- Pensó -¿Y qué les diría? ¿Que había visto por la mirilla de su apartamento a un hombre con patas de cabra, corriendo por los pasillo de su edificio? ¿Que tenía una actitud amenazante? ¿Que por favor vinieran rápido, que estaba acojonado? Si no le colgaban el teléfono en el acto, quizás podría conseguir que le enviaran una ambulancia con dos tipos fornidos vestidos de blanco, llevándole una camisa de fuerza como regalo. Y llamar a Noelia a estas horas, aparte de que se asustaría, tener que contarle una historia como ésta, seguramente la llevaría a pensar que el insomnio le había vuelto loco. Optó por permanecer en silencio y sin moverse. Durante veinte minutos, veinte minutos eternos, esperó, sin volver a escuchar el escalofriante "clack" de las pezuñas del hombre, o lo que coño fuera aquello, que recorría el pasillo.
Se levantó del suelo, dolorido, guardó el móvil en el bolsillo del pantalón corto que llevaba puesto cuando estaba en casa y cogió las llaves del apartamento de la mesita redonda de adornos arabescos, se acercó a oscuras de nuevo hacia la mirilla con la esperanza de que, si aquello era real, el tipo se hubiese largado al infierno, de donde no debería haber salido nunca. Su ojo se pegó de nuevo al pequeño cristal. La luz del pasillo estaba apagada, no se habían vuelto a escuchar las pisadas desde su incidente con la mesa. Observó durante unos minutos más para asegurarse. Nada. Abrió la puerta lentamente, el corazón le comenzó a palpitar con rapidez, asomó la cabeza y miró hacia la izquierda, hasta donde empezaba la escalera, la tenue luz de las farolas de la calle, que entraba por la ventana situada a la derecha del pasillo, le permitió comprobar que no había nadie. A cada lado del corredor había tres puertas, la suya era la del centro de la parte derecha, según se viene de la escalera. Observó que la puerta de su vecina Yurena, una chica jóven, estaba entreabierta, lo suficiente como para poder apreciar una luz encendida en ei interior, procedente del salón. Su apartamento era el más próximo a la ventana por donde entraba la claridad de la calle, al final del pasillo, una puertas más a la derecha que el de Moisés, pero en el lado de enfrente.
Dejó su puerta a medio cerrar, por si tenía que volver corriendo. Caminó medio agazapado, hacia la puerta entreabierta de Yurena, con el ritmo cardíaco percutiendo aceleradamente en sus oídos, mirando de reojo hacia la escalera oscura y con mucha inquietud, por lo que pudiera haberle ocurrido a su joven vecina.
Abrió poco a poco, miró en el interior, no captó ningún movimiento, dejó la puerta como la había encontrado, sin cerrar del todo. Percibió una mezcla de olores que no pertenecían al ambiente de un domicilio normal. Logró identificar uno de ellos gracias a las visitas que hacía de niño a la granja de su abuelo paterno, sin duda en el aire de ese apartamento flotaba un fuerte hedor a animal, concretamente, a cabra. Había otro aroma, éste lo tenía más reciente en su memoria olfativa, lo acababa de oler en su apartamento hacía unos minutos, es más, aún lo seguía oliendo, había quedado impregnado como un perfume en su mejilla y provenía de la herida abierta de la ceja, se trataba, sin ninguna duda, del aroma metálico de la sangre.
Avanzó hasta el salón, su mirada se paseó despacio por la estancia, había una mesa baja de cristal, detrás, un sillón de piel de dos plazas color marfil y a cada lado de éste, un sillón individual de las mismas características. Observó que encima de la mesa había un tablero de ouija. Recordó que cuando bajó al portal a despedir a Noelia la tarde anterior, llegó Yurena con tres personas más, se saludaron, y su vecina les propuso tomar algo en su apartamento. Noelia se excusó, pues tenía que cenar con sus padres, y él aseguró que no se encontraba en las mejores condiciones, ni físicas, ni psíquicas, ni anímicas, a causa del maldito insomnio -¡Si os animáis, después de cenar nos haremos una ouija!- Les comentó Yurena.
El estado mental de Moisés, en el momento de la conversación, semejante a tres resacas juntas, sólo le permitía recordar vagamente algunos pequeños detalles. Recordó que Noelia les dijo que a ella le daba mucho miedo todo lo que tuviera que ver con los espíritus. Ahora, en el salón del apartamento de Yurena, al mirar el tablero del siniestro juego, sintió escalofríos.
-¡Yurena!- Gritó en voz baja. -¡Yurena!..., ¿hay alguien...?- Se dirigió a través de un pequeño pasillo, hacia la habitación de la chica. La luz estaba apagada. Palpó la pared por dentro y encontró el interruptor, lo accionó y la estancia quedó iluminada. El rostro de Moisés se descompuso, sus pupilas se dilataron, sintió angustia, notó arcadas, se tapó con una mano la boca y con la otra se sujetó el vientre, dió media vuelta, inclinó el cuerpo y vomitó... Vomitó parte del horror que esas dilatadas pupilas acababan de transmitir a su estómago, el horror restante, iba empapando rápidamente su cerebro para seguir atormentándole. El cuerpo de Yurena yacía boca arriba en su cama, atada de pies y manos formando una equis. Sólo llevaba puesto el sujetador. La desnudez de sus partes íntimas, dejaba ver claros signos de una brutal violaci__. Las sábanas guardaban el calor y el rojo de la sangre que ella había perdido, y las paredes se veían salpicadas por las pinceladas púrpuras e incoherentes, de un pintor con rasgos paranoicos. Tenía la garganta seccionada, y en el vientre, aparecía tatuada a cuchillo, una estrella de cinco puntas invertida. Era claramente una invocación..., una puerta abierta al "Maligno".
Las piernas de Moisés perdieron fuerza y cayó con las rodillas y las manos sobre el suelo, mientras tosía con fuerza, para limpiar su laringe y poder coger aire -¡¡Dios...Dios Santo..!!- Acertó a balbucear. Se limpió la boca con el dorso de la mano. No se atrevió a volver a mirar la espeluznante escena. Desde el suelo alzó la vista hacia la ouija. A su mente vino parte del final del encuentro con Yurena y sus amigos en la calle. -¡Tened cuidado con estas cosas, las carga el diablo!- Les dijo en broma Moisés. -Sólo haremos preguntas tontas...- Informó divertida Yurena. -¿Cuándo encontraré al hombre rico y guapo de mi vida?- ¡O que nos ponga en contacto con el espíritu de John Lennon!- Añadió un compañero. -¡La podemos preguntar por la existencia o no de Dios!- Comentó otro. -¡O... si existe el Diablo!- Soltó de repente Yurena con un tono profundo, místico y frunciendo el ceño. Recordó que todos se rieron. -¡Estáis locos!- Acabó diciendo Noelia con tono divertido. Después, los cuatro jóvenes entraron al portal, mientras sus voces y risas se perdían poco a poco, conforme se alejaban de Noelia y Moisés, por los pasillos del edificio.
-¡O si existe el Diablo!- La frase se repetía como un eco en la cabeza de Moisés. Tuvo un presentimiento sobrecogedor. La adrenalina le permitió recabar fuerzas para levantarse y acercarse a la mesa de cristal. Como se temía, el marcador de la ouija, en su último movimiento, había quedado parado en la casilla del tablero con el signo positivo. Si en realidad, hicieron la pregunta, la respuesta estaba clara. ¿Existe el diablo..? La ouija contestó... ¡Sí!
-¡Fuera Satán en persona, o fuera un embajador del mismísimo infierno, el ser que había cometido semejante atrocidad, definitivamente... no era de este mundo!- Pensó Moisés. Sacó el móvil del bolsillo para llamar a la policía, ahora los motivos si estaban justificados, denunciaría un brutal asesinato, y los demás detalles quedarían para él.
¡Clack...clack...clack...clack..! De nuevo el sonido de los escalofriantes pasos. Los orificios nasales de Moisés se dilataron en el acto, dejó de respirar para dejar que trabajara únicamente el sentido del oído. ¡Clack...clack...clack...clack..! El claqueteo de las pezuñas sonaba lejano, pero su cadencia iba progresivamente en aumento, esa bestia estaba subiendo las escaleras...y lo hacía deprisa. -¡¡Hijo de puta...!!- Gritó con impotencia apretando fuertemente los puños- El angustioso sonido de las pisadas se amplificó dentro de su cabeza mezclándose con los latidos acelerados de su corazón, un bombeo de sangre excesivo y molesto en las sienes y el creciente terror ante lo que le esperaba si no pensaba con rapidez. Y pensó que lo mejor sería llegar hasta su apartamento, donde se sentiría más seguro, y una vez allí hacer una llamada de auxilio a la policía.
Corrió hacia la puerta..., las pisadas cada vez se oían mas cercanas... Tenía que darle tiempo a alcanzar la puerta de su apartamento, antes de que esa criatura terminara de subir las escaleras y llegara al pasillo. ¡Clack...clack...clack....Los pasos cesaron. Moisés avanzaba cegado por el miedo, llegó a la puerta entreabierta del apartamento de Yurena, la abrió para salir y.... se paró en seco. La bestia se encontraba parada justo delante de él, apenas les separaban un metro y medio de distancia. Cuatro segundos..., cuatro eternos segundos manteniéndose la mirada. Cuatro segundos durante los cuales Moisés, con la cara petrificada, la boca abierta y los ojos vidriosos, pudo sentir la salvaje y amenazante mirada de esos penetrantes ojos de color ámbar sobre él, a la que acompañaba con una sonrisa abierta que dejaba ver sus dientes descolocados y amarillentos. Tenía el ceño fruncido, y las cejas se juntaban en forma de uve encima de la huesuda nariz. Dispuesto a atacar... Cuatro segundos en los que Moisés observó, que debajo de la capa abierta, llevaba el torso desnudo, poblado de vello marrón y canas beig. No tenía ombligo, la criatura que tenía delante no había nacido de ninguna mujer terrenal. A partir de la cintura hacia abajo, le nacía pelo animal también marrón, que abrigaba sus patas musculosas de cabrito, pero no llegaba a cubrir el gran falo desnudo, que aparecía protegido por una piel negra y curtida. Con la mano derecha, dotada de unos dedos fuertes, de los cuales nacían asquerosas uñas, negras, pétreas y largas, apretaba firmemente el mango de un inmenso cuchillo, cuya punta amenazante, le señalaba directamente a él.
Cuatro segundos tardó Moisés en cerrar de un portazo. Corrió sollozando y en estado de shock hasta el baño, cerró la puerta con el pestillo y colocó una silla detrás haciendo tope con el pomo. Se sentó en el escusado y abrió la tapa del móvil. Fuera se oía cómo esa bestia pateaba la puerta sin cesar, con la fuerza de un caballo. Intentó que sus dedos nerviosos se pusieran de acuerdo con el cerebro para dar con las teclas correctas del número de teléfono de la policía. Esperó impaciente durante tres tonos, sonó como que alguien descolgaba al otro lado. -¿Hola....hola...? ¿Me oye...?- Nadie respondía. -¡Por favor...es una emergencia!.. ¡¡Dios!!...¿alguien me escucha?-... -"¿Ya lo sabéis Moisés...?"- Preguntó una voz que parecía venir de los infiernos. -"¿Os habeis dado cuenta ya de la verdad? ¡Nadie se puede reir de Satán sin pagar un peaje...! ¡Porque... el... Demonio... existe!" Se escuchó una risa espeluznante, como un graznido continuado. "¡Vas a tener una noche divertida..., además..., te acompañará la simpática Yurena...Diviértete..!"
Moisés arrojó el móvil al suelo y lo pisoteó rabioso y desesperado. Los golpes pateando en la puerta no cesaban, cada vez más fuertes, rompiendo poco a poco la madera. ¡Moisés... Moisés¡- Escuchó gritar a la la criatura. Acurrucado en un rincón, llorando, cerró los ojos con fuerza, se tapó los oídos con las manos y su cuerpo comenzó un movimiento de vaivén de adelante hacia atrás, con la razón perdida, abandonado a su suerte, sin fuerzas. A partir de aquí, todo lo que escuchaba, era como una especie de eco lejano. Los golpes, el crujido de la puerta al romperse, los gritos pronunciando su nombre..., todo quedó envuelto en una amalgama de sonidos, que parecían llegar desde otra dimensión, Notó que le agarraban por los brazos, ya ni siquiera le importaba morir, sólo quería acabar con ese sufrimiento. ¡Moisés....Moisés!
Abrió lentamente los ojos. La luz del día iluminaba la estancia, la televisión estaba encendida y él, se encontraba sentado en su sillón de cuero negro, con las piernas estiradas sobre la mesa baja. Noelia, arrodillada a su lado, le zarandeaba sujetándole por los brazos. -¡Moisés...Moisés... cariño¡ ¿Te encuentras bien..?- Él la miraba a los ojos, ausente, sin articular palabra, no acertaba a discernir si lo real era lo que acababa de vivir o era lo que estaba viviendo en ese momento. -¡Llevo más de cinco minutos llamando a la puerta como loca de todas las maneras posibles, utilizando el timbre, con los nudillos, a puñetazos! ¡Hasta que he recordado que Yurena tenía una copia de la llave de tu apartamento!- Noelia se volvió hacia ella, situada justo a su espalda, la joven le saludó con una sonrisa, pero con gesto preocupado. ¡Gracias a ella he podido entrar. Al ver que no abrías me he preocupado por si te había pasado algo!- Moisés casi no la oía, sólo la miraba. Lo único que sabía era que mirarla a los ojos le producía una maravillosa sensación de sosiego interior, un placentero estado de relax, como si se hubiera tomado alguna droga y ésta comenzara a producir sus efectos en ese momento. Sus comisuras comenzaron a temblar visiblemente y los ojos fijos en los de Noelia se humedecieron. Ella le acarició la mejilla justo un segundo antes de que una lágrima brotase del ojo de Moisés y mojara su mano. Le abrazó con un cariño casi maternal. -Pero.. ¿qué te pasa mi amor?-Le preguntó. Se volvieron a mirar. Moisés sintió unas irrefrenables ganas de reírse a carcajadas. -¿Qué hora es?- Quiso saber. -¡Las once y diez! ¡Vamos a llegar tarde!- Noelia le colocó el cabello. Él, sonriendo a su chica comentó: ¡Creo... que he dormido..!
Nota del autor: Cualquier parecido de la diabólica criatura con Angela Merkel, es pura coincidencia.