En una de mis caminatas tomé un camino que no conocía. Atravesaba una zona despoblada y doblaba aquí y allá entre campos y matorrales.
Hice una pausa al atardecer, y sentado sobre el pasto del vi al sol descender hasta el horizonte.
Emprendí el regreso cuando ya se estaba acomodando la noche. Poco después caminaba bajo un firmamento abarrotado de estrellas titilantes.
En un tramo empecé a sentir frío de pronto, y una sensación inquietante, pero aunque me detuve varias veces y miré a mi alrededor no vi ni escuché nada que justificara esa sensación.
Desde lejos vi las luces de un auto que venía hacia mí por el camino. Cuando pasó al lado tocaron la bocina y gritaron mi nombre. Sin dudas era un conocido, no vi quién era porque la luz me encandilaba. Levanté la mano y saludé. Al alejarse el vehículo nuevamente quedé solo, eso creí yo.
La sensación extraña que sentía se desvaneció repentinamente un poco más adelante, el resto de la caminata fue tranquila.
Un tiempo después me encontré con un conocido, que resultó ser el conductor del auto que cruzó por mí en aquel camino.
Al hacerme una pregunta me dejó helado, experimenté un terror repentino, casi me descompongo: me preguntó quién era el niño pequeño de cara rara que caminaba detrás de mí.