JUZGAR A MI PRÓJIMO
Uno de los monjes del Monasterio de Sceta cometió una falta grave,
y llamaron al ermitaño más sabio para que se ocupara de juzgarlo.
El ermitaño se negó, pero insistieron tanto que terminó por aceptar.
Antes, sin embargo, cogió un balde y lo perforó en varias partes;
después, lo llenó de arena y se encaminó al convento.
El superior, al verle entrar, le preguntó que era aquello.
-Vine a juzgar a mi prójimo- dijo el ermitaño. Mis pecados se van
escurriendo detrás de mí, como la arena se escurre de este balde.
Pero, como no miro para atrás, y no me doy cuenta de mis propios
pecados, ¡aquí estoy para juzgar a mi prójimo!
Los monjes, en ese mismo instante, desistieron del castigo.
Paulo Coelho
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