Un día Jesús decidió venir a nuestro mundo y estar en un lugar donde hubiera mucha gente, por lo que vino a pasearse por una de las avenidas más importantes de tu ciudad. Su propósito era saber, cuantas de las miles de personas que pasaban por ahí, eran capaces de escuchar Su voz. Se quedó en una esquina y comenzó a llamar a la gente que pasaba por su lado. Amigo, ven, tengo algo que decirte. Lo siento, estoy muy ocupado, otro día. Ven tú, mujer. Más tarde, ahora tengo mucha prisa. Joven, ven, quiero hablar contigo. Cuando regrese, tengo que ir al colegio. Abuelo, acérquese quiero contarte una historia de amor. Mañana, hoy tengo que ir a cobrar la jubilación. Jóvenes, esperen unos segundos, hay algo muy importante que quiero decirles. Por la noche, ahora vamos a ver el partido de fútbol, quizás si gana nuestro equipo vendremos para escucharte… ja…ja…ja…ja... Durante todo el día Jesús se encontró con miles y miles de “sordos”. Era ya muy tarde y triste; y decepcionado por no haber encontrado a nadie que lo escuchara, vio a una pareja de novios y se acercó a ellos. Hola soy Jesús, me gustaría hablar con ustedes para simplemente decirles que les amo. Curiosamente se trataba de una pareja de novios que eran sordos de verdad. Pero inmediatamente le miraron tratando de leer sus labios. El Señor se dio cuenta de la situación y empezó a usar el lenguaje de signos. Alberto y Ana, que así se llamaban, empezaron a escuchar en sus corazones y por primera vez en sus vidas el mensaje de Jesús: Yo les amo con un amor profundo, incondicional, puro y quiero que me permitan entrar en sus corazones para darles una vida auténtica, con propósito y pleno sentido. Esta historia debe ayudarnos a reflexionar. Si alguien se nos acerca para hablarnos de las maravillas de Jesucristo, debemos abrir tanto nuestros oídos, como nuestros corazones. “No seas sordo a los mensajes que vienen directamente del cielo. Dios tiene un propósito para tú vida, aprende a escucharle”
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