Ruiseñor, que entre las hojas de la más florida acacia has tenido todo mayo fresca, primorosa estancia,
¿Por qué picas ese ramo de menudas flores albas, que te mece si dormitas, y te acaricia si cantas:
Y a tu lado cariñoso presta a un tiempo con sus galas colgaduras a tu lecho perfumes a tu morada?
¡Diote la acacia amorosa cuna y sombra regaladas; y tú rompiendo sus hojas, ¡ay! con heridas le pagas!-
Yo sé, pájaro sonoro, que en tus dos inquietas alas vas a lanzarte, a otro valle por siempre huyendo esa rama.
Mas no por eso a tu amiga, ruiseñor, con loca saña has de romperle las perlas de su corona preciada.
¡Que cuando estés lejos de ella, tal vez recuerdes con ansia la frescura de su sombra, la esencia de sus guirnaldas!
C. Coronado
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